miércoles, 25 de julio de 2007

Un gran amor

Le llego casi a las rodillas y sus manos me pueden cargar como si fuera un pequeño juguete, un caramelo que puede engullir de un solo bocado. Caminamos por la acera desierta, descolorida, grisácea; la tomo del dedo y mi mano llega a sostenerla con totalidad. Ella me sonríe y la blancura de sus dientes alumbra toda la calle nostálgica, mostrándome sus contornos y augurios. Sus ojos, gigantescamente marrones, me hipnotizan; tienen el tamaño de mi cabeza y mis cabellos largos y oscuros emulan sus pestañas, brillantes y compactas. Pensé y me imaginé tomándola de la cintura, como lo hacía mucho antes, sintiendo sus curvas, su calor, su olor. Tan baja era, tan chica; la cuidaba, la protegía y me gustaba hacerlo.

Pero creció, se volvió tan imponente, tan magnánima, tan incuidable, ya no tan frágil. Tan fuerte. Sus pisadas, sus pies; eran tan pequeños, tan nimios, y los besaba, le encantaba. Sus pisadas ahora gigantes; tiene que esperarme: por cada paso que da ella, yo tengo que dar 5 pasos, muchas veces corro para alcanzarla, o ella camina lento, lentísimo, con sus zapatos especiales, con su ropa especial y ella tan espacial, tan grande. Llegamos a una avenida con mucho tráfico y miles de choferes le lanzan improperios, burlas y sarcasmos; yo ya no trato de defenderla, ella toma aire y arroja un grito ensordecedor, brutal. Todo sale volando: autos, perros, personas, y yo protegido detrás de sus muslos, encogido, cobarde. Casi llegando a sus rodillas.

Me toma con sus grandes manos y me sostiene como a una moneda; me roza contra sus mejillas tibias, frescas, rosadas. Siento su aroma floral, tropical; me pongo taciturno, pero me relajo al contacto con esa gran mejilla blanda y tersa. Me coloca en su hombro derecho y hablamos; tengo sus cabellos que en otros tiempos me enloquecían, ahora me protegen, como una gran tela castaña y olorosa. Su oreja es la mitad de mi tamaño y tengo que gritarle al momento de hablar para que ella escuche un susurro, ella susurra y parece un grito atronador. Conversamos sobre nosotros y nuestro extraño amor, un sentimiento manchado, utilizado, maquinado. ¿Quiénes habrán sido los causantes de tal injuria? Pero no te interesa: tú feliz con tu tamaño; y yo, confundido y triste.

Me devuelve a la acera y camino a su lado indiferente. Soslayo cualquier intento de conversación; desde que obtuvo ese tamaño increíble ha tenido un cambio drástico en su forma de ser. Soberbia y autosuficiente, cree que sigue conmigo por lástima, porque antes moría por ella y hacía cualquier cosa por estar a su lado. Lo que no sabe es que todo se torno al revés: la angustia la tengo yo; no podría esperar verla tan sola y grande. Nadie la querría, nadie la soportaría. Pero es insoportable su actitud, fue así que decidí decirle todo lo que tengo guardado. Le eché un vistazo a su rostro grande y bello y me contengo. Me contengo porque sus mejillas son tan rosadas, porque sus labios son como almohadas carnosas que me retraen y relajan, porque sus cabellos, ayer y hoy, me enloquecen. Me contuve porque la amo.

Y así seguimos caminando hasta mi casa, con sus dedos gigantes que me acariciaban los cabellos, casi lastimándome. Me ponía nostálgico pues antes apenas sus pequeños dedos se podían incrustar en los míos, tocaban apaciblemente mis cejas pobladas. Ya en la puerta de mi hogar se despide dándome un beso volado. Hace ya mucho que dejamos el hábito de besarnos, no lo hace desde ese accidente en que casi me rompe el cuello. Luego del adiós, tuve la determinación de comunicarle todas mis penas y dudas, pero la vi alejarse tan magnánima y gigante; sus pasos, tan estentóreos, eran melodías que yo asimilaba y aceptaba. Tan grande, tan linda, tan lejana: gran amor. Entré a mi departamento con la idea de que mañana la veré de nuevo y que cada vez que vuelva la mirada, me daré cuenta que le llego minúsculamente a las rodillas.

Mis vacaciones y muchas bestias más

Ante vista y paciencia de todos, comencé a hablar sobre los Agsos. ¿Qué son? Yo qué sé, la cuestión era que me puse a hablar de ellos como loco. De que tenían años jodiéndome y jodiéndome la vida y que yo a ellos, estaba científicamente comprobado; pero no pude dar más que una versión simplista: no sé cómo aparecieron. Leyendo a Bryce y Ribeyro y como jugando con Mario y Luigi, que no sé cuándo se irán. Seguí mi muy solaz espectáculo, cuando uno de los presentes me comenzó a increpar; me soltó calificativos muy fuertes, hasta muchos que de veras me gustaron, uno de ellos fue “Cortázar de Lima pobre”, lo cual me llamó mucho la atención, pero no me alejaron de mi perorar (o peroyativa) peyorativo muy bien fundamentado acerca de los Teis, que tuvieron un pequeño encontrón con los Agsos. Los ahí presentes por poco más y llaman a la policía o a un centro psiquiátrico. Por suerte que me encontré con el profesor Ramos, que me llevó hacia mi universidad, cuna de los Biggets.

Me compré un libro de Luigi, digo, de Ribeyro, y se lo enseñé al profesor Ramos, que me sorprendió con un tema variadísimo que iba desde la falta de lectura por la población peruana, hasta el viaje que tuvo en la juventud a provincia y concluyó (o lo detuve) cuando habló sobre su esposa, sus hijos y su perro. Lo interrumpí agregando acerca de la felicidad que me causa romper con el soliloquio intempestivo de los verborreicos imparables. No recuerdo si el profesor me entendió, pero se despidió diciéndome que no me metiera en problemas. Cómo si expresarse libremente fueran problemas. Por los pasillos de la universidad, me encontré con mi compañero Moisés. Intercambiamos múltiples ideas: una revista futura, un carro que brincaba, un escritor colombiano, una banda setentera, Mario Bros (demonios, es Bryce), y así nos entretuvimos hasta que le comenté sobre el supuesto enredo del que el profesor Ramos me libró. “Debiste hacerlo en un carro, es menos probable que llamen a la policía o al centro psiquiátrico; sólo te botan y ya” me respondió. Cuando acoté acerca del insulto “Cortázar de Lima pobre”, me contestó riendo: “Sí tú eres Cortázar de Lima pobre, yo quiero ser Márquez de La gris”. Nos despedimos y comencé a alucinar sobre el título que le pondría a mi libro de cuentos: “El encuentro de Agsos, Teis, Biggets y muchas bestias más”.

Felizmente me encontré con Martina, que me dio una clase maestra de realidad. Me la encontré en Barranco; me tomó de la mano y me llevó de paseo por todo el distrito, hablándome sobre criterios y revueltas, cosas que no entendí y se lo comuniqué. Me miró con ternura y me dijo: “Toda esta realidad es mucho para ti, tú debes vivir en fantasías aunque te traiga problemas”. La quise besar. Lamentablemente ese hecho era tan real que sólo deseaba irme volando con ella y visitar a Rotalio el Teis. Le dije a Martina que se lo presentaría pronto. Le expliqué el problema de aquella tarde y traté de continuar la exposición que quebró el profesor Ramos. Me dio mucha pena ver a Martina morirse del aburrimiento. “No soy muy fantasiosa, si sólo tuviera un poco de tu irrealidad” me dijo. En ese instante no dudé y la besé, con tanto ensueño y realidad, que por un momento pensé que estábamos volando. Ella coincidió conmigo en lo del vuelo.

Lo que continuó de la noche, sólo pensé en ese beso tan real, que por un momento me hizo olvidar mis premisas sobre Agsos, Teis y demás. Ya a la mañana siguiente me dirigí nuevamente hacia la avenida Wilson; con mucho augurio de mi parte, porque encontré varios feligreses. Ingresé al jirón Quilca y comencé con mi discurso. Con mucha fanta-dad y poco de reali-sía, me paseaba en los pormenores de Tlaínes, Concovorcos y muchas bestias más. Me desilusionó ver que mi auditorio sólo eran cinco fumones, tres punks, dos chicas buenas de la mala vida y mi amigo Moisés, que esperaba compañía. Como había llegado muy temprano a su cita, convenimos en ir un rato a la universidad. Por el camino, más intercambio de ideas: una novela peruana, un vicio social, un compañero aristocrático y exiliado, La gris. Al llegar a la universidad nos encontramos con la totalidad de nuestro salón; estaban hablando acerca de las medidas organizativas para el presente año. Con mucha cabeza fría, interrumpí la conversación para sugerir que este año debemos erradicar de manera total a los Biggets, ya muchos problemas me estaban dando. Al ver que nadie me daba la razón, me alejé.

Por esos días las vacaciones estaban acabando. Me di cuenta, que todo lo que había sucedido con anterioridad me parecía abstracto y tan vergonzoso, que dudé en su realización; pero mis compañeros y el propio profesor Ramos me dieron la razón. Hasta ahora no sé cuáles serían las causas de esa conducta, seguramente la llegada del año lectivo, o la aparición furtiva de La gris, no lo sé. Lo que si puedo asegurar es que muchos no volverán a verme como antes. Creo que los Estartos están metidos en esto...





Historia que puede herir la susceptibilidad de algunos o de todos

Verla sentada en el sofá era la señal perfecta para imaginarme travesuras impensables, pues como diré más adelante, era ese sillón, nuestra perfecta situación, un objeto imperfecto, lleno de huecos, resortes; esas desalineadas formas son las que nos hacían ponernos más cómodos, uno contra otro, hablando incoherencias y escuchando su inconfundible “obvio”, que por momentos no aguantaba, pero al cabo de unos instantes lo necesitaba ahí, presente, en aquella discusión tan banal que sólo buscaba un desenlace que ya habíamos pactado antes.

Las miradas casuales, que eran como comenzaba cada encuentro en ese viejo sillón imperfecto; esas miradas se volvían sucesivas, no con la misma intencionalidad de antes, sino se volvían obligatorias, como si fueran el permiso para realizar aquel final acordado. Antes, una cháchara sin fondo ni forma, y tu “obvio”, que iba tomando forma mientras más nos acercábamos y mientras más nos tocábamos. Comenzábamos acariciándonos de forma sutil, entre juegos y risas, para que cada acercamiento se convirtiera en un exploración, los brazos, los abdómenes, las piernas, las manos, y tu “obvio”, nos tocábamos las manos de forma muy intensa. Sus manos pequeñas, pero fuertes. Mis manos grandes, pero suaves. Creo que representaban la interioridad de cada uno.

Con tu “obvio” que me preguntabas acerca de mi suerte, porque yo tenía y podía estudiar, mientras tú, trabajabas para poder lograr tus sueños. Te consolaba, con tus manos y mis manos entrelazándose, que tú estas luchando, que más adelante la vida no te sorprendería, que estarías acostumbrada. Mientras yo, en ese sillón imperfecto, te decía que yo todavía no vivía, que me estoy preparando para luchar. Así te consolaba; así me consolaba. Nos necesitábamos. Poco a poco nos íbamos acercando, y tu “obvio”, con tu música de fondo tan insoportable, con sintetizadores, órganos y bajos. Tenía que soportarlo, pues no me iba sin que la lucha final no se haya dado.

Sentía tu respiración cada vez más cerca, tú me mirabas con esos ojos, esos ojos. Algunas veces me daban risa, a veces me entristecían, y de verdad algunas veces me daban lástima, pero estaban ahí, para recordarme que todo anhelo es difícil. Tocaba tus piernas, tus muslos; no sé si lo tomabas como un juego o como cariño simplemente; pero tu sonreías con tu “obvio” que ese instante ya me estaba hartando. Tú me seguías mirando y hablando entre jerigonzas y malentendidos. Esta reunión se estaba acabando, no si antes el permiso o el pago para salir de esa casa del sillón con la situación perfecta. Un beso. Lleno de pasión, lleno de amor, completamente completo de hervor.

Luego de aquel acto, me voy; nuestras manos se sueltan, nuestros cuerpos se separan. “Vengo mañana” te digo. Sólo escucho tu “obvio” desencajado. Te levantas conmigo y me acompañas hacía la puerta. Te digo adiós y me voy, tú me devuelves el saludo y regresas a tu hogar. Te veo volver, hacia el lugar de perfectos e imperfectos. Te veo volver lentamente, meneándote, danzando. Camino a casa me pregunto, qué sentirás. A veces pienso que estas enamorada, que te has enamorado. Lentamente me lamento de no poder corresponderte. Yo sólo estoy ahí por sexo.

domingo, 22 de julio de 2007

Siempre tengo que darle vueltas al asunto

Tomo una idea y la revuelvo, como si fuera un trompo, o un pequeño perro que persigue sin sentido su cola. La convierto en un sinfín de posibilidades que no tenían que ver con la idea original y termina siendo un bodrío, una cosa sin forma, parca; casi similar de como se inició. Y es que cuando hablo me trabo; digo cada tontería, que mi interlocutor se siente acomplejado ante mis ideas, o simplemente siente lástima de mi farfullar, resollar o como quieran llamarlo.
Luego me sereno, tomo todas la ideas que tengo, (en ese instante desvío la mirada) y suelto todo lo que tengo metido. Ahora las palabras salen con fluidez, aunque a veces tengo una recaída, pero vuelvo con una seguridad que no es conocida en mí (y hasta me atrevo a mirarla a los ojos) y le digo todo. Ella sonríe me mira con ternura, me dice que soy un tonto (me amargo más) vuelve a sonreír y me dice que me ama. No tengo nada más que decir: la tomo de las manos, pasan por su cintura, le veo los ojos y la beso.
Ella sabe que beso mucho mejor de lo que hablo, así que allí acaba el problema. (Bueno hasta que acabe el beso)