martes, 30 de marzo de 2010

Epílogos a un silencio.

Hoy he confiado en la extrema necesidad de escribir para descifrar algunos demonios que guardo en mi cabeza y en mis dedos, que no fluyen como deberían en los pedales de mi consciencia (que en este tiempo son las teclas). Traté de indagar en el motor que me lanza a escribir y a las miles de maneras y caminos en los cuales me desenvuelvo como pseduo escritor, escritor inicial, intento de modelo, atento contra mi esceptisimo, etc. etc. Como diría Cortázar en algún sueños húmedo: los que escribimos tenemos esa sensibilidad de la realidad que se prensenta como quiere ser. ¿Soy acaso el indicado para la mostrar la realidad que se muestra?

Sólo he llegado a la imposible solución que no. Quién soy yo para mostrar un algo que ni siquiera yo puedo ver ni sentir ni explicar ni tocar ni expresar. La realidad que tengo en los ojos es muy distinta a la que podría tener mi hermano o la mujer que vive de lo material y de la mentira que es la felicidad. Si se escribe es para dar a conocer una realidad particular, que muchas veces escapa de otras mirada y que, hermosa lógica!, complementan nuestros sentidos y formas de ver el mundo.

Ahora la pregunta: ¿Es importante dar a conocer la mirada que tanto busco encontrar y transmitir? La importancia radica en el necesidad de que miles de cabezas puedan estar de acuerdo con tu particularidad y emocionarse con ella. Mi mirada aún esta en formación... y creo que por ahí hay dos o tres que podrían entenderme.

domingo, 28 de marzo de 2010

Poemetría: Otros días

Soy de esos días que canciones tristen me ayudan a llevar el peso que tengo metido en los bolsillos del pantalón. Es de esos días que presionan, desde el cielo, y que calientan, del el suelo, y no dejan de joder y joder, en un danzar continuo, en un eterno momento de vueltas y disoluciones, de lecciones y olvidos.

Era uno de esos días que sonreía con cada movimiento de tus labios, de cada mirada atenta que me dabas. Fui uno de esos días que te sentía tan cerca que danzabas junto a mí al caminar libre. Ya no soy de esos días que tú y yo era igual a yo y tú, o que dos más dos no era más que nosotros rondando bajo las viejas calles que pretendían ser otoñales.

Y ahora no soy más de esos días que extraño un momento de tu integridad, un segundo de tu atención, un soplo de tu existencia.

sábado, 27 de marzo de 2010

Te olvido (segunda parte)

***

No llegó a cambiar su corazón. Algunas semanas después Ramón intentaba coger cada cosa nueva e introducirla en su mente para distraerse de los recuerdos que aún volaban por su mente descompuesta. Las clases habían iniciado con su cabeza dando tumbos, esquivando frescas vivencias, leyendo sin encontrarle sentido a las líneas, escribiendo cada vez más lúgubre e incoloro. Pasaba por los pasillos de la universidad hecho un manojo de temor, esperando no encontrarse con la escena que cambió su mundo. Casi corría por pasillos que jamás había transitado en toda su vida académica, sin mirar a los lados, evadiendo saludos de compañeros y conocidos, olvidándose del resto, teniendo como único punto de llegada su aula, su refugio, he incrustarse ahí.

Fueron días difíciles. No solo era lidiar con los recuerdos que su cabeza se empecinaba en mostrarle cada segundo; sino también estaba el peligro latente de verla de la mano con su nueva pareja en algún rincón de la universidad… o peor aún, cruzarse con ella o con los dos. Eran situaciones latentes que Ramón esperaba a cada paso calculado que lo separaba de la puerta universitaria hasta su aula.

Con quienes sí se topaba era con los amigos de Leticia. Hasta esos encuentros esporádicos rebalsaban pequeñas heridas de su carcomida alma. Muchas veces se preguntó si la ley de Murphy era real: De las tantas ocasiones –o posibilidades- que se presentaron, ninguna apareció Leticia de forma física para crear un epítome del infortunio. Por momentos recrudecía la idea de que ella también lo evadía y que utilizaba la misma fórmula: puerta de la universidad + velocidad = escondite en el aula. Pero aceptó que esas locas prácticas solo podían ser realizadas por un corazón destrozado como el suyo.

Ese tipo de pensamientos eran los que invadían su cabeza desordenada en esos primeros días de clases, y se transmitían directamente su estado de ánimo. Era demasiado llamativo ver una mancha oscura con pequeños detalles grises y azules sentada en alguna carpeta universitaria. La cabeza pegada en el pupitre, el cuaderno cerrado, o escrito con garabatos, con poemas de desamor y tenebrosa soledad. Los ojos parecían caerse, la mueca ya no tenía como sobrevivir en ese rostro exánime. Ramón no quería estar ahí, no quería existir sintiéndose tan de cerca la presencia de Leticia; la imaginaba apoyada en el lejano balcón entre arrumacos y coqueteos que antes le pertenecieron, que desde siempre fueron para él. Quería largarse, pero el tiempo, cruel con todos, no le daría un minuto, ni siquiera un segundo, de tranquilidad.

Llenó su pobre corazón con películas raras, con canciones tristes, con poemas repletos con palabras como adiós, olvido, regreso… Había suspiros en medio de cada conversación que tenía; su mirada, siempre ida, no miraba directo a los ojos, tal vez viendo uno de esos tantos recuerdos que se evocaban sin querer en su cabeza, sin rechazos.

viernes, 26 de marzo de 2010

Te olvido (primera parte)

Porque es mejor vivir con el eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

Siempre tenemos algo que aprender, siempre podemos cambiar de corazón.


Luego de esa pelea que tuvieran una tarde de verano arrollador, Ramón presagió que Leticia nunca más volvería a llamarlo con sus movimientos de niña disforzada; así que tomó la determinación de olvidarla por completo. Era una tarde de vientos apacibles bañados con rayos solares de inicios de abril, cuando tuvo ese presentimiento lo golpeó mientras andaba por los pasillos de la universidad. Era la señal definitiva para olvidarla completamente. La luz del sol se apaciguo de golpe, dejando los pasillos en oscuridad veraniega que desconcertó a todos. Una fuerte brisa otoñal, rara en esos días, golpeó los cuerpos extasiados del feliz reencuentro luego de las largas vacaciones. Ramón se levantó en súbito del banco, contrariando a sus compañeros que reían con anécdotas y viejos recuerdos de años anteriores. La vio. Ya no volverá, pensó, y sólo fue su silueta escapando de esa imagen atroz.

Llegó a casa con los vientos violentos de la tarde, filtrándose con frescura disfrazada de miedo. Entró a su cuarto y, con lágrimas que sustituían los gritos y gemidos de dolor, destrozó cada objeto que la evocara, cada carta que recibió, rompió cada regalo, quemó cada foto. Trató de ahogar cada palabra que tuviera un tono cursi, una sarta de sentimientos puros que no eran más que residuos de un amor, dentro de una gran bolsa negra destinada a la baja policía. Desnudó medio cuarto, dejando sólo sus muebles, su ropa, sus libros y sus lágrimas, que danzaban por toda la habitación queriendo ser sustituidas por muchas otras.

No pudo dormir aquella noche. La triste idea de no tener una triste idea de que volvería reemplazó a las ovejas saltando la valla. Recordó un fuerte hincón cerca a la oreja izquierda, un leve escalofrío en el meñique de la mano derecha y un susurro que dijo ya no más: fueron presagios. Y recordó que la vio en la universidad esa misma tarde, percatándose que esas molestias eran evidencias de su amor desechado: la vio de la mano con otro tipo, danzando por los pasillos de la universidad. Todo se hizo oscuridad y el viento abrazador se llevo esos cuerpos ajenos, y también lo empujó a él en su huída para destruir cada vestigio de lo que fue un amor de casi 2 años.

Cuando pudo por fin cerrar los ojos adoloridos de tanto llorar, no sospechó que sólo le esperaban más desgracias dentro de su inconsciente. La noche estuvo llena de sueños, con más lágrimas y quejidos que despertaron a su madre en mitad de la madrugada. Lo acobijó con algunas colchas más, le colocó paños fríos en la frente esperando que pueda salir de su onírica desesperación y lloró junto a él cuando, entre sueños, maldijo su existencia al ver a Leticia de la mano de otro ente que no sea él, se condenó a la muerte por no lograr hacerla feliz. Su madre lo abrazó fuerte y le decía, no Ramoncito, no Ramoncito. Y así toda la noche, hasta que se calmó.

Despertarse ese día fue lo peor que le había ocurrido. No tendría un recuerdo claro de aquella mañana, pero esa enajenada sensación del primer suspiro luego de una noche al borde del colapso sólo pueden conocerla apasionados amantes y perturbados ilusionados del amor cuando sufren desgracias de este tipo. No quiso levantarse de cama, no quiso quitarse la colcha. Buscaba la cadena en alguna parte de la cama para jalarla sin piedad y ser llevado por la corriente, sumergirse en tuberías nauseabundas y no aparecer nunca más. Pero la realidad siempre nos da una cachetada en situaciones paradójicas y complicadas, con una carajeada nos manda a levantarnos, a andar y mirarnos en el espejo aunque no quisiéramos. Ramón bajó con medio cuerpo entumecido por dolores inexplicables y sólo le quedó seguir viviendo.

Su madre lo vio bajar con el rostro descompuesto. El ánimo lo debió dejar en su habitación, pensó mientras lo veía bajar, dando cada paso vacío por la escalera, queriendo tirarse para evitar cada pie en cada peldaño. Lo vio sentarse en la mesa y servirse el café con una lentitud desesperante, con el rostro pegado a su tristeza, con las manos que se mueven porque algo tienen que hacer cuando el cerebro no ordena, cuando no sirve. Comió un pan sin nada y tomó el café de un solo sorbo, se levantó y subió nuevamente al segundo piso, casi arrastrándose, casi dejando su rostro y las pocas ganas que se desparramaban por las escaleras. Su madre lo dejó ir, sin decirle nada, sin preguntarle qué pasó. Sabía que más adelante tendría una buena oportunidad y que necesitaba dejarlo solo para que encontrara el camino, o la salida rápida, a su soledad involuntaria. Siguió haciendo sus cosas. Por momentos escuchaba ruidos provenientes del cuarto de Ramón; pero decidió dejarlo solo.

Era que Ramón volvió a coger cada uno de los objetos que le recordaba su desgracia y los destruía uno por uno, tratando de que los recuerdos que sobrevivían con ellos sufrieran la misma suerte. Las fotos caían en pedazos, esas tardes en plazas o centros comerciales que quedaron grabadas en papel, salidas a parques de diversiones o paseos en familia, con sonrisas fingidas y situaciones planeadas. Leticia cogiéndolo del cuello, el rostro muy cerca del suyo, con las sonrisas que resbalan en el recuerdo; se corta un brazo y la sonrisa sigue. La imagen de Ramón se aleja de Leticia, con sus brazos a la mitad siguen atenazados en su cuello, una sonrisa es cortada en pedazos, luego todo se vuelve oscuro. La foto hecha añicos al tacho.

Los peluches fueron despellejados y sus intestinos de algodón devorados. Les sacó los ojos y les cercenó las orejas; tienen el recuerdo de un cumpleaños con Leticia corriendo con el paquete pequeño en sus pequeñas manos. Era un día difícil de sol y de pesado cumpleaños. Ramón coge el regalo, destruye el papel regalo y vio los ojos del peluche que ahora tiene en sus manos. Los restos de los peluches están regados en el piso de su habitación. Ramón los coloca dentro de una bolsa donde serán cruelmente incinerados.

Las cartas sufrieron la misma suerte. Primero fueron flageladas hasta que aceptaron que no son más que mentiras, que cada poema que le fue escrito, que cada te amo hipócrita y cada juramento de amor eterno no sirvió ni fue cumplido. Las obligó a rectificarse, a decir que nunca fueron reales, que cada día era una mentira escrita en papel. Eliminó las cartas como las fotos, como los peluches, y se le vino a la mente las noches afiebradas que las leía bajo las colchas de su cama, bajo la luz del faro de iluminación pública. No quiso leer las cartas que escribió ni que le fueron escritas. Sufrieron la misma suerte.

A cada arrebato contra los restos materiales de su relación, Ramón sentía que los recuerdos no se iban con los objetos. Intentaba meterlos dentro del tacho de la basura, pero apenas podía cogerlos en su mente para ser desechados. Sufría a cada intento fallido por cazarlos y todo se hizo imposible. No logro nada si no puedo eliminar mis recuerdos, dijo con los ojos rojos de tanta furia. Lo más difícil fue que a cada tentativa de evocar el recuerdo e intentar cogerlo para desecharlo era seguido por un sentimiento fuerte en su pecho. Aún más difícil de borrar.

domingo, 21 de marzo de 2010

Pequeña adorable

Caminar contigo por las calles lóbregas es casi un dulce que se come con delicadeza. Te veo andar con tu carita que quiere correr, con su jeta que cuelgas en un gesto de molestia, de mis pocas intenciones de meterme contigo, pequeña adorable. Ries, juegas conmigo, me jodes con manías de 15 años y yo solo te veo hacer cada movimiento con interés lejano, con ausencia agradable.

Y me doy cuenta que me miras con el rabillo del ojo, que buscas hablarme, juntarte de a pocos, tocar mis manos viejas y desgastadas. Y también me doy cuenta que me alejo, que no quiero darte más signos que vayan más allá de la amistad inocente y malhumorada.

Pequeña adorable, soy un tipo que no puede enseñarte más que lo doloroso que puede ser la vida. Sigue viviendo de tu juventud fantasiosa e increíble que pronto perderás.

Apareces

Vuelves a aparecer en sueños obscenos y tiernos. En viejos juegos de manos insaciables y besos apasionados que no pueden tocarte nunca más, pero que lo hacen a pesar de ello, que mueren por cerrar tus ojos y volverlos a abrir. De soltarte el cabello, de volverlo a amarrar, de soltarlo para olerlo y quedarme anestecialmente perdido en tu encanto.

Apareces en mis días y en horas, en mis letras y en mis versos; en mi prosa escondida en cuentos pésimos pero entusiastas. Apareces en fotos que nunca tuvimos juntos, en conversaciones que solo son viables si tú y yo estamos lejos, eternamente separados por mentiras y deseos indescifrables.

Vuelves... y apareces a de nuevo en mis sueños, en las horas sin luz de mis noche.

sábado, 13 de marzo de 2010

¡Perdóname!

Se que te fallé Fanny, lo siento. Fue lo único que pudo decir a través del auricular. Hubo un silencio tenebroso que duró segundos y segundos; hasta que escuchó algo con dificultad: era la respiración de ella que salía disparada de los cables telefónicos y que orquestaban sus disculpas. Lo siento Fanny, nunca fue mi intención dejarte plantada; fue una situación de vida o muerte.


Pero la respiración seguía ahí, introduciéndose por los cables, perforando los diminutos orificios del auricular. Se iba convirtiendo en un resollar tétrico, que invadía toda la habitación. ¿Fanny? -atinó a decir, con la voz que se le quebraba, que no dejaba de temblequear- ¿Me perdonas, no Fanny? –y el sonido in crescendo- Dime que no estás molesta… Fanny.

Hasta que se detuvo. Lo único que se escuchaba era el tintineo de colgado. Él también colgó el teléfono, sudando a borbotones, repasando cada momento de la llamada. No dejó de respirar antes de colgar, no dijo nada más, solo colgó… pero su respiración sigue latente, su odio sigue siendo expulsado a montones por sus poros… No me ha perdonado.

Sonó la puerta quebrando el silencio del lugar… y el resollar se hizo continuo.

En mi cabeza (aún en borrador)

Ayer la volví a recordar. Era un viernes de complicado otoño que aún no deja de brillar, que se inmiscuye entre mis ojos sin decir adiós. Me pareció verla a lo lejos, más allá de la ventana del micro que me cierra el paso. No pude verle el rostro, pero parecía ella, con el cabello caramelo y largo, casi hasta la mitad de su espalda. El vehículo no me dio tregua, avanzó sin darme un suspiro para verle el rostro. Cuando ya se perdía entre la multitud pude verle los ojos y no encontré ningún residuo de nuestro amor. No era ella. Ahí la recordé, y no pude dormir en tres noches seguidas, recordando historias que ahora no son más que figuritas pegadas en viejos álbumes para niños.

Era extraño recordarla tan fácilmente y con tanta intensidad. Mi vida no estaba rodeada de objetos que poseyeran su presencia insertada. Siempre me dijo que sostener rituales que nos pertenecieran y guardar objetos que tuvieran un significado para nuestra relación era una práctica sin sentido. Era cierto: fueron creados cuando ambos podíamos verificar que su significado era válido para ambos, que eran pruebas de verdad innegable, historias que se harían sucederían obligatoriamente en algún punto de nuestra vida juntos. No servían para nada cuando ella decidió irse. También dejé que se vayan los vestigios de aquel amor que ya no me pertenece.

Así que la recordaba de pequeños detalles, de tontas conversaciones o de intentos por tratar de vivir desordenadamente. El bar Ulises era el lugar donde siempre la recordaba a pesar que nunca la llevé. Sentado en la barra podía conversar con Ramón o con Mauricio, pero siempre terminaba pensado en ella mientras los chicos hablaban de libros o mujeres. Toño solía servirme sin permiso un vaso de cerveza y una que otra vez un tequila que me dejaba lerdo y con la imposibilidad de aguantarme más las ganas de no recordarla.

Esa noche llegué al Ulises con la intención de pasarla bien. Ver a aquella mujer que se parecía a ella me reanimó y esa era la señal de necesitaba para olvidarla sin más pesadumbres. Ramón y Mauricio ya estaban en las barras, conversando lo de siempre. La noche avanzó sin impedimentos, y las jarras de cerveza a aparecían sin piedad. No recuerdo en qué momento comencé a recordarla y la imaginaba al lado de Ramón y Mauricio, conversando de lo lindo sobre política y coyuntura que siempre me obligaba a llevármela a un hotel donde pudiéramos ser ella y yo, los que realmente éramos. Ramón me cogió del hombro, ¿qué pasa, hombre? Hace rato que te veo en las mismas… ¿no me digas que sigues pensando en…? Mauricio rió con demasiada mala intención. Me levanté y le di un golpe en plena cara que tumbó toda la mesa.

Recuerdo que un gigante me lanzaba del bar Ulises y Ramón agarraba a una mancha que no podía distinguir. La mancha se llegó a soltar y cayó sobre mí, cogiéndome del cuello; Mauricio me recibió con un golpe en la cara, ¿ya te cansaste de llorar por una mujer que no conoces, que nunca conociste y jamás conocerás? ¿Quién te entiende? Sufres por una mujer que nunca existió. Y se fue. Ramón gritaba que por la culpa de ambos jamás volverían a entrar juntos al Ulises. Se me acercó, oye, ya párala… tú bien sabes que…, se calló, sabía que era una pérdida de tiempo hacerme entender. Paró un taxi y me ayudó a subir. Llegué a casa con ganas de leer alguna de sus cartas; pero no tenía ninguna guardada en la caja de zapatos.

Hoy me pareció verla de nuevo. Salí de casa temprano para tomar desayuno, con la cabeza que me explotaba, , cuando vi el cabello caramelo pasar en la vereda del frente. Crucé como pude la pista y le toqué el hombro. Le vi los ojos con desesperación.

Disculpe –dije- mientras quitaba mis ojos de los suyos.

Idas y vueltas

Te veo... y me veo a mí mismo sentado en un banca olvidada y silenciosa, esperando un llamado vacío. Te veo... y te espero con delicadeza nerviosa, con interés repentino, fumando un cigarrillo que ya se acaba... pero que no... pero que se acaba, quemándome los labios, que me levantan de mi extrema modorra, de mis ganas asesinas de verte.

Y te veo... te veo desaparecer por las calles. Dejan de sonar tus pasos por las veredas hechas de sueños y algo de reproches. Te veo desaparecer... y me veo, soñandote, armándote de pequeños olvidos que me hacen inventarte una y otra vez. Como un rompecabezas.

viernes, 5 de marzo de 2010

Poemetría: Eres más que un recuerdo

Dejaste de ser un viejo vicio que rondaba en mi cabeza febril
en mis noches de luna llena sin aciagos lamentos
ni juegos deprimentes
Dejaste de ser el antiguo stereo que ponía mis canciones preferidas
mis melodías inquietantes y espaciales
esos vientos crueles de verano
Partiste dejando videos y fotos de tu desnudez al sol
tus ojos convertidos en dulces
tu ropo interior negra que me gustaba
y que me la mostrabas para excitarme.

Dejaste de ser todo eso
Ya no eres un recuerdo
eres algo más que eso.
Un invento.