sábado, 26 de mayo de 2012

Consideraciones sobre Trujillo 1

Trujillo es un reflejo, cuya imagen, la cual se refleja en el espejo, se encuentra a 570 km al sur. Supongo que la distancia genera una serie de detalles inequívocos con la materia reflejada. Sin embargo, podríamos decir que es su sombra, el hermano gemelo, las dos gotas de agua, las palabras homónimas.

Las pequeñas diferencias podrían manifestarse en los taxis. Los taxis pasean en Trujillo. La mayoría de ellos están sin pasajeros, mientras los conductores, indiferentes a la sequedad de sus asientos, apachurrados en sus sitios, brazo doblado en la puerta, recostados y a punto de de fenecer por el sueño, no parecen preocuparse. Solo pasean: miran hacia y frente, manejando mientras la marea de asfalto les muestra el camino al fin del día.

También llevan encima números. Esa es la gran marca, diferencia de sus hermanos limeños. Todos lo vehículos mantienen dispuesto en su techo un número telefónico para su fácil ubicación. El de mayor facilidad: 222 - 2222. El más difícil... Bueno, ya me olvidé.

La ciudad no puede envidiarle nada a Lima. Tal vez un Mistura, los partidos de la selección y los conciertos masivos con estrellas de rock, regatoneros y salseros de vieja escuela. Por lo demás, en comida es superior; en mujeres están rivalizando a la par; en delicuencia están logrando la igualdad.

La sierra de Trujillo es otro caso. Merece un bien merecido post aparte.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Poemetría: Tan fácil

Tan fácil es ahora
acomodarme entre tus piernas
y encontrar la calma
mientras ellas se entrecruzan como tenazas
y me acercan más a ti

Después todo es sencillo
entremezclando tus dedos
en mi cabello
sobando la forma de mi cabeza
quedándome dormido sobre tu hombro

Y dejar
que te montes encima
que muerdas mis lóbulos
chupes lo que tengas que chupar
juegues con mis vellos
o simplemente me cantes al oído
todas las palabras que no caben
en la luz prendida

No importa si mi oído sangra
perfórame con infortunios
y oprobios
con escarnios y vituperios
convierte en soez tu vocabulario
serán como poemas en el lecho

Tan fácil es ahora
seguirle el ritmo a tu pecho que respira
saber que sigues a mi lado
saber que no quieres irte.

martes, 15 de mayo de 2012

Mis yos

La sensación experimentada hoy en la mañana me durará, máximo, una semana.

No recuerdo bien el momento exacto de la transición, un momento indistinguible entre el dolor y el placer, la ausencia y la estancia. 

No hubo una acción indispensable para lograr tal estado, tampoco una palabra o un pensamiento. Sólo me bastó el cielo gris, suficiente para captar en su segundo, dejando su aliento en los momentos posteriores, miles de momentos, situaciones, sensaciones y percepciones que se licuaron en mi cabeza. 

Desde el colegio, hasta la academia y la universidad. Todos mis yos aparecieron para decirme algo, sucinto y claro; algo importante que no deber ser tomado a la ligera jamás: he crecido.

Pero a la vez todos mis yos me demostraban su extrañeza ante esta nueva persona que veía inquietamente el cielo incoloro. A la vez sentía un cambio sustancial, me sentía extrañamente más alejado de mi sustancia, desconocerme en el alma y en el cuerpo. Esa guerra interna propició violentos malestares mentales, de gran relevancia existencial, pero de impacto menor en ese momento.

Fue algo de paso. Sin embargo sus repercusiones fueron inmediatas. Hasta ahora intento rememorar el eco que acompañó a esos minutos.

Me alejé de mí ser y existencia a la vez que comprendía que yo había cambiado.

O tal vez solo fue el producto de ver el cielo gris.

domingo, 13 de mayo de 2012

Diálogo ajeno.

- Buenas, ¿cuánto me cobra hasta Larcomar?
- Seis. Mi amor, pero te estoy diciendo que...
- No seas malo...
Me muestra su mano extendida con los 5 dedos bien separados.
- Dale.
- Pero chiquita, yo te quiero, y lo único que tú me das son enojos. Ya no sé qué quieres.
- ...(murmullos)
- Si no me quieres ver entonces te dejo y ya no nos vemos más.
- ... (murmullos)
- Ja, ja, ja, ja. No sé que quieres de mí, mami. Te quiero dejar el paso libre y parece que no me dejas. ¿Entonces qué quieres?
Me mira, despega el celular del oído y aprieta un botón.
- Yo necesito conocer otras personas. Mañana tengo una reunión con gente importante, personas de nivel -se ríe, mientras me mira. Solo me queda acompañarlo con una risa fingida.-, conocer otros lugares...
- ¿Y yo, mi amor?
- Tenemos que terminar...
- Entonces mañana nos encontramos y acabamos todo. Yo te deseo lo mejor, que te vaya bien.
- Mañana ya lo solucionamos.
- ¿Mañana nos vamos a la cama?
- Ja, ja, ja. ¡Qué dices!
- Pero dime... ¿Vendrás con tus jeans apretaditos, no?
- ¿Ves?, contigo no se puedo.
- Ya bueno nos vemos mañana. ¡Ah! No te olvidas la camisa.
- ¿Camisa? No me digas que sigues andando con ese polo horrible.
- Sí, cucharita, con el mismo polo. Cómo me vas a tener así de abandonado.
- ¡Cómo es posible! No, mañana mismo te doy la plata para que te compres tu camisa.
- Si, amor. No me importa que sea de 5 soles, no me importa. Sólo tener una.., ah, y que sea L... y rojita.
- Ya, ya, entonces así será.
-  Baja en la esquina, maestro.
- Bueno amor, mañana nos vemos. Cuidate. No te olvides de la camisa, ah!
- Si, chau, chau.
- Chau.
- Cóbrese.
- Puta que esta flaca se muere por mí.
- Pero parece que se quiere separar de ti, compadre.
- Eso dice, pero no va a poder.
- Bueno. Suerte.
- Nos vemos.

Y arrancó.

Hoy confieso

Días como hoy quiero quitarme el alma del cuerpo, ponerlo en otro envase y vivir sin preocupaciones, sin tanto mirar hacia abajo, ni esconder cosas de mí que me incomodan y que quiero esconder en más tela en la camisa.

O simplemente no salir, no saber que hay ojos que me ven como yo me veo, insistir en la ceguera generalizada, rogando para contagiarme lo más rápido posible, caer en una explosión óptica que prosiga con mis demás sentidos y no percibirme más.

Ruego cada día por ser una mancha, un sombra que viaja con el viento, energía deforme que no se preocupe por las ondas formadas en mi límites, o en el ancho de mi abdomen, en lo abultado de mi pecho.

Hoy confieso que me siento incomodo por el envase en el que me encuentro.

Una lucha constante y terrible.

sábado, 12 de mayo de 2012

Rounds que se pierden por cansancio

Cortázar había señalado, acertadamente, que la novela y el cuento finiquitaban como en un encuentro de boxeo. Mientras que la novela ganaba por puntos, el cuento lo hacía por KO. Un golpe seco que parte la quijada, quiebra la atención, instalada la emoción y destruye toda posibilidad de saborear un manjar que, apenas fue impuesto en nuestros labios, es arrebatado con insidiosa crueldad.

En la novela podemos saborear el dulce. Es más, en muchos casos el dulce se puede paladear desde el principio, desde la página 1, hasta el fin, como un caramelo de menta. Al momento en el que el dulce mentolado toca la punta de la lengua inicia un fresco festín gélido que no termina en la consumación del caramelo, sino en la sensación de frescura.

Esa impresión es la que te deja una buena novela. Una lectura que va ganando puntos a su avanzar; sin pensar en terminarla, pero sí intuyendo lo que podría ocurrir hojas más adelante, no necesariamente en la última hoja está el misterio. Sin embargo, no siempre pinta como lo dijo Cortázar, o como lo imaginamos al iniciar una novela.

Peor aún si es un escrito del cual te has hecho muchas expectativas. Novelas que se knockean solas, golpe en la quijada que debió darle al contrario (al lector); pero por motivos extraños (o una torpeza de cansancio natural) cae en propio rostro, dejando toda posibilidad de triunfo y excitación literaria al olvido.

Eso me ocurre con Crónica del pájaro que da vuelta al mundo. Este boxeador ha luchado demasiado, dando buenos golpes en los primeros 3 rounds. En los siguientes trata de mantener el ritmo de la pelea, moviéndose estratégicamente en un danzar escurridizo, sin mayor intención de atacar. Movimientos calculados, fríos, sin pasión.

Finalmente el trajín de los 12 rounds pasa factura. Solo se espera que caiga derrotado por el propio cansancio.

Leer en modo automático, por pura inercia; solo esperando que acabe la novela para saber el misterio, sin muchas ganas de saberlo, o saber qué vendrá en el próximo libro que será leído.

Rounds que se pierden por cansancio, por forzar la novela a niveles totalmente inexistentes.


jueves, 10 de mayo de 2012

Nadie maneja la mano con la que escribo.

Un día decidí escribir. No fue aquella vez que leí con energía ferviente de joven entusiasmado por la enseñanza superior, en una carpeta pintada de academia pre universitaria. Leyendo con pena y pesar por malgastar el dinero que mi padre abonaba mensualmente a las arcas de esta institución que lleva por nombre un libro de poemas de Vallejo.

Por aquel entonces estrechaba en mis manos por primera vez una compilación (no antología) de la Palabra del mudo. No sabría que años más tarde, en otra carpeta pintada, ahora individual, de la universidad Federico Villarreal, leería con mucha más efervescencia, una y otra vez, por partidas multiplicadas, sus cuentos que me los llevaré a la tumba.

Con Ribeyro no quise escribir, pero cimentaron mi estilo, dieron un camino a mis letras, un final, un producto. Quería escribir como Ribeyro; sobre todo con el abanico social y experimental que me daba la carrera que había dispuesto para mantenerme en mis años de vejez.

Decidí escribir por culpa de Borges, G.G.Marquez, Cortázar (Ficciones, Cien Años, Cuentos completos). Pero todos ellos me obligaron a escribir no como ellos, sino que, en su inminente sabiduría y conciencia de que no puedo escribir de un lugar que no sea mi hogar, me apuntaron con una pistola y me dijeron: "Escribirás como Ribeyro". Yo me dejaba nomás, porque como Julio Ramón siempre quise escribir.

Pero no pude, aunque quise. Rayé sus libros; las primeras ediciones de la Palabra del mudo, tomo 1, 2,3,4, rayados de arriba a abajo, tratando de encontrar la formula para lograr esa elegancia y ternura a la par, que se entremezclan en un completo paisaje de lo que es Lima urbana.

No pude, y me dolió.

Pero eso me enseño; me enseñó que debo encontrar mi propio estilo. No sé si aún lo sigo buscando, o trato de encontrarlo en vano mientras ya lo voy poniendo en práctica. Pero tratar de copiar un sistema, un modelo, un arquetipo solo te hace uno más del montón, aunque tengas las palabras precisas, concatenándose cadenciosas en una melodía poética que disturbie la tranquilidad del lector. No sirve de nada si te leo como Marquéz, Cortázar o Borges.

Simplemente no sirves.

Yo aún no sirvo. Pero puedo sentirme orgulloso de decir que nadie maneja la mano con la que escribo.