domingo, 6 de noviembre de 2011

Despegarse no es algo sencillo.

Despegarse. Suena fácil. Despegar las manos en un aplauso continuo, despegar los párpados cuando te levantas de un sueño placentero, en un parpadeo mecánico; despegar el cuerpo de la cama, el trasero del asiento del autobús, despegarse de ese sueño que nunca se pudo cumplir para satisfacer necesidades impuestas por una sociedad que nos parametra más. Despegarse de ese estilo tan nuestro, el cabello largo que se esfuma en un peluquería unisex, en una entrevista de trabajo que, contrariamente al tópico, te pega una camisa blanca con corbata rosada y unos pantalones que parecen volver de la época del colegio. Despegarse de las utopías que no nos sirven en un mundo lleno de nuevos anhelos, de ilusiones que queremos vivir en un futuro no tan lejano y más cercano.

Despegarse, suena fácil.

Yo no pude despegarme. Pude despegar manos, párpados, cuerpo de la cama, trasero del autobús, sueños de ser escritor por una oficina o piernas en montañas serranas, utopías justas por realidades leoninas.

No pude despegar mis labios de los de ella.

Prometía ser tan fácil. Mirarla a los ojos, quedarme delineando su rostro buscando intensamente uno error, un accidente que empuje en el vacío de la indiferencia. Convertirla en una silueta más que transcurre por pasillos, calles, rumbos, silencios. Tenía que ser fácil acercarme, verla alejar el rostro solo centímetros, con mucho más ganas de acercarse que de irse; sentir el CO2 caliente escabullirse por sus fosas nasales con tanta fuerza que podía escuchar el resonar del aire friccionando dentro de su nariz aguileña. Fácil sería besarla para romper el hielo, el silencio incómodo, su mirada al suelo, su pie moviéndose nerviosamente cada infinito segundo, sus brazos entrecruzados en su pecho perfecto que moldeo ahora que la beso, en pensamientos.

Me acerqué, la besé, mi pie derecho sigue moviéndose nervioso, los brazos cruzados siguen pegados en su pecho. Su cuello doblado dándome el rostro que no se separa.

Despegarse, ja, nada fácil. Nuestros labios parecían dispuestos a pegarse con UHU para siempre. Y Theodoro ya estaba contemplando la escena, convencido de que no teníamos intención de cambiarle el panorama.

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