viernes, 18 de febrero de 2011

18 de febrero

No puedo creer que sean la 1:26 de la mañana. También me es imposible creer que aún siga acá pensando que ésta es la única forma de sentirte cerca, de ser tuyo, como esas piecitas que puedes colgar de tu llavero o esos filtros que botas al terminar un cigarrillo. Como esas letras que escribes sin esmero, con precisión, que no te cuestan nada; que para mí valen 20 soles, no, valen un suspiro que contengo, no, que equivale un golpe en el pecho, una tembladera de piernas, una mirada que rehuye la tuya. No, esas palabras valen que mis noches tengan un motivo, noches que carecen de estrellas a pesar de que el cielo está despejado, que suenan a Buenavista Social Club, a boleros robado de alguna conversación trivial y que ahora suenan para enseñártelos; como el premio mayor, el encuentro afortunado, la novedad esperada.

1:32. Debo de hacer vivir este diario; pero cómo hacerlo si mis noches tienen esa habitual pesadumbre de encontrarte, aunque no deba, pero si quiera. Cómo explotar mi prosa diarista si quiero que el día no sea más que noche, de luna llena, de 7, a veces 8, a 11, a veces 12, de la noche. Cuando nuestro (acaso sólo mío hacia ti) dialécto lo conforman 24 letras y sus variantes, y sus combinaciones extrañas, en un papel que no existe, pero que rompe las distancias y afligen temores. Que me protegue de alguna mirada tenue o un aburrimiento que me imagino pegado en la sombre de tus ojos, en la forma de tu cabello haciendo así. 

Escribo este día con una pesadumbre de 1:36 am. 10 minutos de pensarte y que camuflo con tres párrafos en mi diario personal no íntimo. Diez minutos de escritura parecen tan poco... en realidad lo son: diez minutos de pensarte no son nada con las horas que te pienso diariamente, y que convertirían este diario en un elegía a una musa perdida.

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