jueves, 24 de febrero de 2011

Poemetría: Silencios

Me guardo las palabras
atentas
románticas
mil veces oídas tal vez
o cien veces
creadas
plageadas

Corto los titulares
que te pueden hacer feliz
y los pego en la pared
Cuento el número de muertos
que me anteceden
antes de que yo sucumba
a tus ojos
torneándose en la oscuridad

Escondo los poemas
evidentes
donde por poco
tu nombre
los invade
Cada letra que lo completa
flota en cada verso
que recito

Hoy mi verdad es el silencio
que juega con mis dedos
con mi respiración
silencio que guardo en algún bolsillo
para que lo encuentres.

miércoles, 23 de febrero de 2011

23 de febrero

Soñar no hace más que mostrarme los temores más profundos, las aberturas más dolorosas de mi corazón. Me olvido de figuras terroríficas, de rostros indefinibles que invadían mis sueños de niñez; ahora me atormentan vivencias despreciables, situaciones que fomentan mi depresión. Con tan solo un rostro envuelto en otro, mi noche puede ser brutalmente destrozada.

La vi, dejarse carcomer el alma, permitirse negar la divinidad que le ofrecía, para caer en el juego carnal, en la infamia destestable de otro sujeto que no fuera yo, que incapacitado por ser los ojos que observan y recrean el sueño, no podía más que ser el simple observador, en primera persona, casi omnipresente, pero no omnipotente. Y la veo perder su alma mientras me mira con esos ojos que me destruyen, me congelan; y su cuerpo sostenido y su alma absorbida... y sus ojos.

Me levanto entre maldiciones. Es extraño pensar aún entre dormido y despierto que el sueño continúa, y uno sigue maldiciendo, moviéndose enérgicamente por la cama, golpeando la almohada, gimiendo de dolor. Tan real los sueños, tan cercanos, muy nuestros, excesivos en su vivencia que golpean nuestros temores demasiado enérgicos, dejando una mancha de luz en el cerebro. La imágen que permanecerá por las horas que queden por dormir. 

Sigue el sueño y los ojos, que me miran mientras que su alma es regalada a otro encandilado como yo.

martes, 22 de febrero de 2011

21 de febrero

Ver la estrellas fabricó viejos recuerdos de mi niñez. ¿Cómo puede cambiar la constitución de lo que vemos, de lo que percibimos? Cuando era pequeño veía las estrellas con dedicación; descifraba sus formas, contaba sus intentos de infinidad. Creía haber descubierto tres estrellas desfilando en línea recta por el cielo bañado en oscuridad. Decepcionado, desistí de llamarla Trío al saber que se llamaban las Tres Marías. Pero el cielo tenía una eterna variedad de estrellas que llenaban mi cabeza pueril de formas y significados.

Sin embargo lo que recordé con mayor nostalgia es que a las estrellas las tomaba de confidente. Eran como millones de amigos que escuchaban mis penas, ahí quietas, espectantes. Antes miraba el suelo y  hablaba con minúsculos insectos; también les contaba mis pesares, pero, a diferencia de las estrellas, huían a rincones inaccesibles, estrechos. Fue así que el cielo llegó a saber de mis miedos, de mis amores imposibles. Muchas noches esperaba que alguna estrella resbalara de su especial y espacial espacio y callera como una de las que llaman fugaces, aprovechar el momento y pedir ese deseo tan oportuno.

Así de a poco fui amando la noche, su constitución, la soledad, el frío. Hasta que mis noches se llenaron de salidas, de música en mis oídos, de compañía, de calor. Mis historias eran recibidas por oídos sazonados por el alcohol; mis deseos, aplacados por una que otra mujer que resbalaba de su especial y espacial momento, dándome caricias que recibía con solemnidad. La noche cambió, y con ellas las estrellas, que fueron de esas tantas cosas que se dejan en la adolescencia.

Y vi nuevamente las estrellas, siempre mostrándome formas, cada vez con un significado distinto.

sábado, 19 de febrero de 2011

19 de febrero (10 para las 11 pm.)

Vuelvo a la vieja rutina del diario. De escribir cuando hay algo en la cabeza dando vueltas o palabras pegadas a los dedos queriendo hacer clack, clack, click, clack... cada tecla parece tener una nota, mientras escribo voy escuchando como las notas se juntan formando una melodía. Mientras que en mis palabras se forman frases de las que voy perdiendo el cariño, la confianza. Escribir cada día me somete a un régimen de reflexión intenso. A más escritura más me convenzo que no soy para esto. Pensar que pongo muchas comas y punto y comas, que coloco demasiado conectores, que el verbo 'haber', 'hay', 'hubo', 'habrá' infestan mis escritos, que abuso de los queísmos (mucha que). Que no termino por escribir algo que me levante como lázaro. Que sigo pensando en ella.

Al menos escribir me aleja de la banalidad de estar en el limbo. Me sumerge en un estado donde tengo que exigirme al máximo para desenpolvar mis pensamientos, concentrarme en formas bellas frases y complicadas reflexiones. Escribir me aleja de mi vida mísera, me convierte en el actor principal de una historia que muestro a todos, dentro de este juego que es el diario íntimo mostrado; pero es un protagonista derrotado por sus propios temores y amores. El diario me completa y al mismo tiempo me corrumpe, me muestra demasiado tal y como soy, me desnuda, también me refuerza; me defiende y a la vez me convierte en fácil blanco para los ataques.

Seguramente es así como debo continuar el diario. Mostrándome como quiero que me vean sin llegar a mostrar lo que quiero proyectar, sólo siendo el yo-protagonista de esta historia que no tiene algún camino definido.

19 de febrero

No sé que signifique eso, pero encontré unas llaves colgadas en un aviso de paradero del Metropolitano. Era increíble verlas complementarse con el aviso, fusionarse, camaleónicas, siendo tan fácil parte de él. Era un accesorio más del cuadro, con la soga azul -al igual que poste que lo sostiene y donde cuelgan las llaves; tres displicencias de metal que colgaban sin presiones, tranquilas al movimiento del viento, quietas al bamboleo del silencio. Nunca había presenciado escena parecida: tres llaves -dos de tamaño estándar y una pequeñita- colgadas en la inmensidad de la calle, en los extremos de la soledad.

Y estando ahí supe que esas llaves eran mías, que habían sido colocadas con la intención de cogerlas y abrir las puertas en donde la cerradura diese con las llaves. No sabía qué puertas, no sabía que cuarto, sólo atinaba a pensar que cogiéndolas obtendría la respuesta de la habitación que tiene la puerta que se abre con las llaves que cuelgan en el aviso, y mostrarme el contenido. Tal vez el secreto de mi timidez, la constitución de mi lentitud o la explicación de mi soledad. Lo cierto que es que a más ganas de coger la llaves, más me rehusaba a hacerlo.
Lo único que pude hacer es jugar con ellas; balancearlas dentro de su campo de movimiento, empujarlas como un niño a otro en los columpios. Quizá como el gato al jugar con el punta de lana que cuelga de lo alto de la mesa. Me divertía jugando con las llaves que producían un tintineo agradable que me inducía a seguir meciéndolas. Con el tiempo descubrí que si seguía meciéndolas con ahínco podría descolocarlas de su posición, hacerlas caer y cogerlas, descubriendo el origen de mi universo, el motivo de mi vida. Pero a pesar de los intentos la llave daba vueltas dentro de su eje sin cansancios, desesperando mis ganas por verla caer y guardarlas en mi bolsillo.

Pero mi mala suerte es así. A los segundos llegó el Metropolitano y tuve que abordarlo. La llave seguía balanceándose, hasta que .... se quedó quieta como la encontré.

viernes, 18 de febrero de 2011

18 de febrero

No puedo creer que sean la 1:26 de la mañana. También me es imposible creer que aún siga acá pensando que ésta es la única forma de sentirte cerca, de ser tuyo, como esas piecitas que puedes colgar de tu llavero o esos filtros que botas al terminar un cigarrillo. Como esas letras que escribes sin esmero, con precisión, que no te cuestan nada; que para mí valen 20 soles, no, valen un suspiro que contengo, no, que equivale un golpe en el pecho, una tembladera de piernas, una mirada que rehuye la tuya. No, esas palabras valen que mis noches tengan un motivo, noches que carecen de estrellas a pesar de que el cielo está despejado, que suenan a Buenavista Social Club, a boleros robado de alguna conversación trivial y que ahora suenan para enseñártelos; como el premio mayor, el encuentro afortunado, la novedad esperada.

1:32. Debo de hacer vivir este diario; pero cómo hacerlo si mis noches tienen esa habitual pesadumbre de encontrarte, aunque no deba, pero si quiera. Cómo explotar mi prosa diarista si quiero que el día no sea más que noche, de luna llena, de 7, a veces 8, a 11, a veces 12, de la noche. Cuando nuestro (acaso sólo mío hacia ti) dialécto lo conforman 24 letras y sus variantes, y sus combinaciones extrañas, en un papel que no existe, pero que rompe las distancias y afligen temores. Que me protegue de alguna mirada tenue o un aburrimiento que me imagino pegado en la sombre de tus ojos, en la forma de tu cabello haciendo así. 

Escribo este día con una pesadumbre de 1:36 am. 10 minutos de pensarte y que camuflo con tres párrafos en mi diario personal no íntimo. Diez minutos de escritura parecen tan poco... en realidad lo son: diez minutos de pensarte no son nada con las horas que te pienso diariamente, y que convertirían este diario en un elegía a una musa perdida.

viernes, 11 de febrero de 2011

11 de febrero

Yapes y fue así que de decidió no pensar más en ella. Se metió dentro de un cajón lleno de medias rotas en el talón, calzoncillos percudidos en zonas extrañas y pudorosas, esperando llegar a escuchar su nombre con su voz, eso que no había escuchado nunca jamás desde que la conocía. Su nombre salir de esos labios pequeños, herméticos como sólo saben serlo herraduras fuertes o candados tercos.

Y así pes, estuvo metido al lado de una media perdida al fondo del cajón, esperando por su nombre. Jugaba callado con un par de pasadores que habían perdido su zapato; estaban limpias, blancas como nada en ese cajón. Brillaban los pasadores por las noches y tenía que esconderlos entre el montón de ropa para poder dormir. A las mañanas abría el cajón para airearse de tanto olor a guardado, a tanto detergente utilizado. Con el rostro decaído, esperando el llamado, el detonante momento para salir de ahí.

Puta, causa, y quién sabe hasta cuando será un calzoncillo sin usar más.

domingo, 6 de febrero de 2011

Resorte

Resorte, calibrado hacia tu mitad izquierda, pequeña, adjunta a decenas más, colocadas con interesante precisión. Caen en tu hombro y penden, vibrantes, de tu respiración. Brillan, incandescente, al movimiento de tus ojos, que deslumbran la sala, y que ciegan mis expectativas. Resorte, oscuro madera, tenue marmol, que se escapa de mis deducciones ópticas, de mis medidas cuantitativas, cuelga danzante al final de tu circunferencia principal, del centro de tu existencia, y me mira, con ganas de enredarse en mis dedos.

Resorte, y no hay más.

sábado, 5 de febrero de 2011

4 de febrero

Cogió una hoja con la completa intención de mandársela apenas estuviera terminada. Decía:

Ya no puedo aguantar más con este rompecabezas que rompe mis nudillos.
Hoy te confieso que me molesta no poder hablar contigo con alguna confianza que nos absorba con cotidianidad.
Me confunde la presión que hay entre las vocales que pronunciamos, un apuro sustancioso en las palabras que nos decimos.
Odio no poder verte a los ojos al hablar, odio que no me hablas con una sonrisa pura, diáfana sincera.
Quisiera poder encontrar tu nombre en el aire y cogerlo sin que me parezca una pesadumbre para ti, una aburrimiento que no has pedido, que no mereces.
Sumergirme en la tiniebla hermosa del rimel que acompaña a tu ojos, y besarlos hasta que caigan como lágrimas.
Escribirte poniendo tu nombre como la musa que eres.
Decirte adiós sabiendo que mañana podré decirte nuevamente hola.
Coger tus manos y soltarlas sin que mires de mala gana, coger tu rostro sin que pongas cara endeble.
Poner susurros en tus oídos, jugar con tu cabello a que lo huelo.
Hacerte convencer que eres el día de mis motivos. O al revés.

Releyó una y otra vez la carta. La dobló en cuatro perfectas partes y la metió en el sobre. ...
Cuando estuvo a punto de traspasar la puerta la rompió. Y volvió a pensar en ella.