viernes, 30 de enero de 2009

Desvarío: Lustrador de zapatos.

Hoy decidí ser lustra-botas. Pero quiero marcar la diferencia en el negocio. Primero alquilar un local, no quiero esperar en la calle como la competencia, así que pondré una TV con cable, miles de revistas, comics, todos los diarios en circulación (o los mas vendidos) y hacer del lugar algo apacible y reconfortante. También sería un opción vender algunos bocaditos.
Pero en lo que realmente quiero cambiar es la presencia del lustrabotas. Me he dado cuenta que el lustrabotas siempre están con la mirada en el suelo, viendo los pies de la gente; apenas ven un zapato de cuero, levantan la mirada (y eso) y promocionan su servicio.
Eso nunca más en mi negocio. Siempre con la mirada a los rostros incrédulos, esbozando una sonrisa patética en pleno sol, sudando como loco, esperando que alguien entre en mi negocio. Por mientras a esperar.
La competencia es dura.

lunes, 26 de enero de 2009

Ramón y sus reencuentros

Y como que Ramón ya se había cansado de que le digan que nos encontremos. Le cansaba hacerse el especial, el despreciable, el encantador y decidió por fin reencontrarse con Gladys a las 5 pm. en una pequeñuela plaza limeña. Eso sí, nada de remembranzas ni sorpresas; a la primera se iba corriendo.
Y que llega temprano. Se protege bajo los techos del Boulevard de la cultura, se esconde entre el olor de los libros esperando desaparecer de lo que él llamó un "acercamiento al peligro, acercarse al terreno enemigo". A las 5 en punto suena el celular, no sabe cómo, pero presiente algo...
-¿Ramón?
-¿Sí........?
-¿Ya estás en Quilca?
-Sí.... ¿Tú dónde estás?
-En Quilca.
-¿En qué parte?
-¿En qué parte estás tú?....
Y como que me cansó el lío de las preguntas y me dijo "espérame parado ahí, no te muevas que ya estoy ahí". Las frases se repetían tanto ese día. El miedo se apoderó de mí cuando la vi, tan simpática como nunca y yo tan amarrado a Leticia y su "no seas mala gracia, le invitarás algo supongo". Y yo que tenía en la cabeza un Lucky Strike. Qué desgraciado.
Y que las frases tenían ese sabor dulzón al recuerdo, y que pesaban en mi boca y se escondían en mi mente. Y ella igual, que algunas veces los recuerdos se perdían más y los silencios perduraban más y se hablaba de laboratorios y amigos y estudios y trabajo. Caminábamos escapando del sol, hacía un lugar donde podríamos sentarnos cómodamente. Y polos y Venezuela y diseñador gráfico y ¿dibujas?.
Y Ramón que olvidaba poco a poco los prejuicios anteriores al encuentro y se soltaba, se reía, jugaba, recordaba como es debido. Gladys hacía los suyo. Hasta que cada uno calló nuevamente... Era momento de hablar de las parejas de cada uno, y no pararon hasta que oscureció.
Y al final yo que callo y ella calla. La miradas, Ramón piensa lo peor. Pienso que ahí, acá va a ocurrir, se me va a acercar y yo, pensando en mí, en Leticia, en los dos, y no en ella, me alejaré y le diré:.... Pero no ocurre nada, volvemos a lo mismo. Nos despedimos y cada uno a su casa.
Y el ring, ring, "Hola amor", "¡Ramón!, ¿cómo te fue?".

domingo, 25 de enero de 2009

Dinero

Mientras suena el saxo, yo voy contando el dinero en mi bolsillo, el sencillo, las monedas: 5 soles, lo justo para el pasaje. En el bolsillo pequeño, ese escondidillo juguetón, está lo que servirá para invitarle algo a Leticia.
Llego a eso de las tres. Diversión! Su hermano a más no poder viendo la tele. Ella que baja y se echa a dormir en el sillón y yo, que comienzo a tocar la guitarra en busca de algún rescate, de algún castigo.
"El dinero es un acierto, no me vengas con esa tonterías de mierda. Estoy en un grupo habituales de viajeros de primera clase...", como dice la letra de Pink Floyd: Bullshit! Me pudro en el sofá mientras Leticia se duerme, su hermano me aburre y yo me aburro conmigo.
El dinero brilla por su ausencia en mis manos, se duerme en mi pequeño bolsillo y pasan las horas sin esbozar una alegría.
Por fin la casa y Leticia parecen recobrar sentido, pero de nuevo: su primo, su mamá y ella, sentada en el sofá. Hasta que cocinamos algo entre todos, y por fin mis piernas, mis manos están haciendo algo porductivo.
Al final me despido apasionado de Leticia, y el dinero sigue en el bolsillo pequeño, ahora tendré para el pasaje de la semana que viene.

lunes, 19 de enero de 2009

Arquepito Nº 17: Enfrentamientos diurnos




Imágen que estremece los sueños más sádico y eróticos. Herramienta para el placer ocular o sexual, inicio de desorden que pretende convertirse en suicidio. Pensar en su solución sólo puede ocasionar más deseo, pensar en desordenarla sólo trae consigo ideas descabelladas y fuera de lugar.

Instrumento de la sordidez humana, el final de todo día, de todo dolor, de todo silencio, de todo sufriento. Duerme bien debajo mío.

domingo, 18 de enero de 2009

Ramón, sus luchas con el gato

Y ahí lo ven a Ramón, sentando en el sofá, viendo el silencio, viendo unos cuantos movimientos sobre la caja maldita, mientras Leticia juguetea con el gato, y dale que lo hace jugar, con la lana, con su pelo, con sus manos... con su cuerpo.

Y Ramón que ya tiene en su mente la colección patética de ese soundtrack, de esa imágen en el sofá, con Leticia jugando con el gato. No piensa en otra cosa que patearlo, dejarlo sin gracias, cortarlo en pedacitos, y quedarse con el carño de Leticia. Huele, olfatea, levanta las orejas, aparenta ser un perro y el gato se da cuenta de ello: poco a poco se aleja. Ramón se da cuenta que su cometido dio frutos.

Y mientras ella que corre a baño, yo que persigo al gato haciendo muecas y ruiditos extraños, que corre el gato y yo feliz. Presiento la salida furtiva de Leticia y vuelvo a mi asiento, mientras ella ya que pregunta por su felino odioso. Cuando comienzo a festejar internamente mi victoria, Leticia que se va a buscar a su gato y que se aleja de mis brazos.

Y ahí me tienen, sentado en el sofa, escuchando la voz terrible de Leticia que dice: mishi, mishi.

martes, 13 de enero de 2009

Cuarto día en Cajamarca

El cuarto y último día era el más deseado en estos días fuera de mi hábitat. Ya no soportaba la cama, ya no soportaba la falta de aire, el cansancio instantáneo, ya no soportaba la frialdad con la que se trataban mis padres y la hipócrita vida de familia feliz que llevábamos aya. A las 6:40 pm. estaría cómodamente echado en mi bus cama regresando a Lima, a disfrutar de nuevo de su aire pestilente.

El día pasó rápido. En la mañana fuimos a comprar el bolso que le regalaría a Leticia. A mi mamá le gustó, a mí también; lo compré emocionado, esperando que le guste y que me retribuya con hartos cariños a mi llegada a la capital. Culminamos el paseo por Santa Apolonia y llegamos hasta la Silla de Inca con varios exhaladas y respiraciones constantes. El tiempo pasaba volando y mi viejo nos llamó para ir a almorzar. Nuevamente los almuerzos ya conocidos, esta vez una gran reunión con todos los oficiales de la ciudad de Cajamarca en un restaurant-hacienda.

Ese día llovió, mucho, demasiado, como nunca había visto llover en mi vida, y con esa imagen me quedo de todo el viaje, de todos los lugares que recorrí. Me quedo con el sonido de la lluvia en el techo de calaminas, mis zapatos mojados, el olor a tierra mojada. No necesité nada más. Cuando desperté estaba en el transporte inter provincial; mi padre se despedía desde abajo. Mi madre, con la mirada perdida, trataba de no mirar hacia afuera. A penas dejamos la estación la miré y le dije: ya estamos yendo a casa y le hice cosquillas hasta que se le secaran los ojos vidriosos.

sábado, 10 de enero de 2009

Tercer día en Cajamarca

Este fue el día más productivo de mi visita. Las esposas de los hombres de la ley de Cajamarca no jalaron a mi madre y a mí a un mini-turismo por el centro de Cajamarca y algunos lugares un poco lejanos a él. El primer lugar donde nos dirigimos fue las ventanas de Otuzco.
Las ventanas no son más que una serie de nichos para los incas. Unos pequeños del lugar, por unas cuantas monedas, nos daban información del lugar (conocía la cochinilla y su propiedad de hacer brillantes los labios de las mujeres), cantaban alguna alegres canciones y departían con nosotros. El lugar empinado, me hizo sentir por primera vez lo difícil que es esforzarse en la altura. Cada paso que daba me cansaba terriblemente, como si hubiera jugado mil partidos de fútbol. Aquí adquirí unos fósiles de caracol que me serviría para hacerle una cruel broma a Leticia.
El segundo lugar fue más bien un bonus en nuestro recorrido: Un puente colgante sobre un río. No se imaginen una altura considerable entre el puente y el río, a penas unos 2 metro y nada más. Lo divertido era pasarlo mientras movías el puente con todas tus fuerzas lo que hacía difícil el recorrido. Las personas caminaban por él con temor, moviéndose graciosos, rezando para llegar al otro extremo.
El último lugar fue Santa Apolonia, una subida que tiene un mirador y donde toda la ciudad se ve en toda plenitud. Más arriba, no lo sabría hasta el día siguiente, se encontraba la silla del Inca, lugar que lo describiré con mayor detenimiento en el relato del cuarto y último día. Fue en este lugar donde vi la cartera que le llevaría a Leticia. En medio de la subida (mi corazón iba a mil y mi respiración a diez mil) una llamada detuvo el ascenso: el almuerzo. Nuevamente el restaurante de lujo con el coronel, comandante, general, vecino, esposa, hijo y quien se encuentre cerca a nosotros (todos conocían a los anfitriones).
Luego la ya conocida TV, aburrimiento, llamadas, conversaciones y molesto sueño.

viernes, 9 de enero de 2009

Segundo día en Cajamarca.

No pude dormir en toda la noche. Seguro que fue el aire limpio que ingresa presurosa por mis orificios nasales, o que la cama estaba dura, que pasaban varias carros y bulla, o simplemente extrañaba mi cama, extrañaba Lima. Mi madre en la parte de arriba del camarote, mi padre en su cama frente a nuestro extraño artefacto. Habré pegado los ojos dos o tres veces nada más. De ahí, miradas furtivas al reloj.
Cuando abrí los ojos ya amanecía. A pesar de que el sol aparecía inquientante por las ventanas, no sentía calor, más bien, hacía un frío agradable, de esos que no quieres taparte nunca. Todo el tiempo antes de salir. Prendí la tele para recordar un poco mi vida en Lima. Mi viejo que ya había salido a trabajar. Mi mamá presurosa, me alentaba a salir a conocer la ciudad. Tuve que acceder ente sus súplicas, así que nos dirigimos hacia los baños del Inca.
Un cuarto medianamente grande (como para dos personas), donde entramos era una especie de ducha gigante con dos manijas para poder modular el agua. De una salía el agua casi hirviente, de la otra un chorro de agua deliciosa, helada, muy helada. Modulamos el agua y tuvimos una mezcla tibia, nos echamos y disfrutamos del agua relajante.
Luego una actividad que se prolongaría en todo mi estancia en Cajamarca: El almuerzo con el general y su familia, el coronel y su familia, y su el comandante (mi padre) con su familia (mi mamá y yo). Parecía que comíamos con la aristocrácia cajamarquina.
Por la tarde nada más. Ver tele, un poco de internet, hablar con Leticia. "Ramón cómo está todo, que has hecho, ¿te estás divirtiendo?. Nos vemos"..................... Y volver a dormir.

martes, 6 de enero de 2009

Primer día en Cajamarca

Parecían martillos en la cabeza. Felizmente no me dio el so-roche, pero me vino algo de soroche: un dolor de cabeza insoportable que me obligaba a hacer algunos gestos deplorables con el rostro, cuando los cajamarquinos me miraban haciendo muecas, decían: éste es limeño. Yo sólo caminaba tratando de parar a los lunáticos en mi cabeza. Mi viejo me hablaba no sé que tontera en el carro, mientras mi madre miraba el paisaje por la ventana mojada por la lluvia. Le dije a mi padre para bajar y sentir la lluvia en mi cabeza, tal vez así se me pasaba algo el dolor; pero todo fue en vano, igual sentía la cabeza dándome con los martillos. La lluvia estuvo buena.
Era 31. Como en los últimos años, la pasé tranquilo viendo TV, mientras mis padres de mandaban a la mierda psíquicamente, a través de la mirada que ni siquiera se cruzaba. Mi primer día en Cajamarca fue un dolor de cabeza, una pequeña lluvia, una mandada a la mierda a todo mi mundo, un programa de TV y una insoportable noche, en la que extrañaba mi cama.
No, extrañaba mis cosas en Lima.

jueves, 1 de enero de 2009

Narrando el camino a un viaje (30 de diciembre)

"Este ya no es mi cielo", fue la manera con la que quise empezar mi historia, una que es quizá demasiada difícil de explicar. Trate de imaginarme, mientras viajaba, la manera de expresar literariamente un viaje en ómnibus, pegado al lado de la vena derecha. Tal vez una serie de fotografías al azar, lanzadas por una indiscriminada cámara fotográfica endemoniada, o una inacabada pieza de cine clásico, de esos independientes que tienen muchas fans. Pero no. No quise darle ese valor, muy técnico quizás, o demasiado sombrío. Quise hacerlo menos humano, más romántico, más sensible, mucho más de lo que sentía esa vez.
"Esto es mucho más que mi cielo, ya no es gris, azul, anaranjado, a veces algo seco. Este cielo es morado, un morado sideral, un color universo, más cercano a lo interminable. De día, el cielo es celeste, o es celeste o es celeste, no hay otro color. De noche, morado, un azul escuro, terrible. Del que se espera una estrella más brillante que otra".
Así comenzó mi viaje. Luego la calle interminable, las luces en ese cielo apagado. Las respiraciones a mi alrededor y todos mis sentidos a lo que pasara detrás de la ventana: pueblos, ganado, sierra, cultivo, descensos, abras, verde, temor, sol.
Y esperando que no me dé el so-roche, que a diferencia del soroche, este es más vergonzoso y les da más a los limeños, pero no pasó, un ligero dolor de cabeza entre montañas y caminos zigzageantes y me encontré en un ciudad guardada bajo siete llaves: Cajamarca.