viernes, 1 de agosto de 2008

A veces es mejor no decir nada.

Desde hace cinco años vengo recorriendo esta calle sin éxito. De esquina a esquina, av. san rogelio, cuadra 6. A veces despacio, otras veces rápido, tratando de disimular. La gente ya se acostumbró a mí. La señora que vende revistas en un esquina, el tipo que lava los automóviles, sólo me sonríen cuando me ven pasar cada minuto.

A eso de las 6 de la tarde todo se calla, todos me miran: del edificio sale ella, con la sonrisa a flor de piel, con los cabellos que caen todavía en esos pequños hombros que algunas vez fueran míos. Sobrepasa el pequeño trecho desde la puerta hacia su automóvil. Todos me miran. Yo, escondido detrás de un árbol; mi cuerpo no se mueve, tiembla. Mis labios vibran, mis manos sudan, mis ojos lloran. La veo partir nuevamente a su hogar. Seguro con sus hijos, y su esposo.

Mientras tanto, renuevo el trayecto. Me despido de todos, que suspirarn, esperando que mi cobardía desaparezca para el día de mañana.

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