martes, 31 de agosto de 2010

Intermezzo - Te olvido?

Te olvido. Tan fácil. Escucho todo tan sencillo por estos días, lee todo sin esforzarme demasiado; será que inconscientemente trato de asimilar las cosas de forma tan simple: ¿Realmente está pasando todo esto? ¿Tan sencillo fue encontrarte y convertirnos de nuevo en esos gatos viendo las estrellas que se dibujan con nuestra respiración? ¿Tan sencillo fue que volvieramos, que nos encontraramos de nuevo? Abro los ojos y sé que estás en mi vida de nuevo. Despierto por las mañanas y tengo tu presencia rondándome entre los hemisferios de mi cerebro. Sueño con impaciencias de amor. Estás... y eres.

Porque ahora leo los horóscopos del diario Correo esperando que me diga algo. Ahora rezo, no sé a quién, tal vez a Buda, a Mahatma Gandhi, a Dios, al Demonio, a Jim Morrison, al Che, o a Tarantino, que me dé una pistola y comience a repartir hospicios a diestra y siniestra. Ahora leo a Luisito Hernández con parsimonia extraña; él me mira, nunca lo había leído con tanta pureza. Me coloca el estetoscopio en el ojo, sabe que sufro de amor. Ahora veo películas y cualquier excusa es plausible para llorar, no por la escena, sino por ella.

Y ¿te olvido? ¿tan sencillo? En todo este mes, semanas, dias y horas me he quedado con más incertidumbre que certezas... pero hay un certeza con la que me iría a la tumba, y estoy seguro ella también la piensa, la siente y le teme: No nos vamos porque tenemos miedo de alejarnos de nuevo. Lo sé. Sé que lo sabes ¿Verdad, no?

lunes, 30 de agosto de 2010

Te olvido (segunda parte)

No llegó a cambiar su corazón. Algunas semanas después Ramón intentaba coger cada cosa nueva e introducirla en su mente para distraerse de los recuerdos que aún volaban por su mente descompuesta. Las clases habían iniciado con su cabeza dando tumbos, esquivando frescas vivencias, leyendo sin encontrarle sentido a las líneas, escribiendo cada vez más lúgubre e incoloro. Pasaba por los pasillos de la universidad hecho un manojo de temor, esperando no encontrarse nuevamente con la escena que cambió su mundo. Casi corría por pasillos que jamás había transitado en toda su vida académica, sin mirar a los lados, evadiendo saludos de compañeros y conocidos, olvidándose del resto, teniendo como único punto de llegada su aula, su refugio, he incrustarse ahí.

Fueron semanas difíciles. No solo era lidiar con los recuerdos que su cabeza se empecinaba en mostrarle cada segundo; sino también estaba el peligro latente de verla de la mano con su nueva pareja en algún rincón de la universidad… o peor aún, cruzarse con ella o con los dos. Eran situaciones latentes que Ramón esperaba a cada paso calculado que lo separaba de la puerta universitaria hasta su aula.

Con quienes sí se topaba era con los amigos de Leticia. Hasta esos encuentros esporádicos rebalsaban pequeñas heridas de su carcomida alma. Muchas veces se preguntó si la ley de Murphy era real: De las tantas ocasiones –o posibilidades- que se presentaron, ninguna apareció Leticia de forma física para crear un epítome del infortunio. Por momentos recrudecía la idea de que ella también lo evadía y que utilizaba la misma fórmula: puerta de la universidad + velocidad = escondite en el aula. Pero aceptó que esas locas prácticas solo podían ser realizadas por un corazón destrozado como el suyo.

Ese tipo de pensamientos eran los que invadían su cabeza desordenada en esos primeros días de clases, y se transmitían directamente en su estado de ánimo. Era demasiado llamativo ver una mancha oscura con pequeños detalles grises y azules sentada en alguna carpeta universitaria. La cabeza pegada en el pupitre, el cuaderno cerrado, o escrito con garabatos, con poemas de desamor y tenebrosa soledad. Los ojos parecían caerse, la mueca ya no tenía como sobrevivir en ese rostro exánime. Ramón no quería estar ahí, no quería existir sintiéndose tan de cerca la presencia de Leticia; la imaginaba apoyada en el lejano balcón entre arrumacos y coqueteos que antes le pertenecieron, que desde siempre fueron para él. Quería largarse, pero el tiempo, cruel con todos, no le daría un minuto, ni siquiera un segundo, de tranquilidad.

Llenó su pobre corazón con películas raras, con canciones tristes, con poemas repletos con palabras como adiós, olvido, regreso… Había suspiros en medio de cada conversación que tenía; su mirada, siempre ida, no miraba directo a los ojos, tal vez viendo uno de esos tantos recuerdos que se evocaban sin querer en su cabeza, sin rechazos.

CONTINUARÁ...

domingo, 29 de agosto de 2010

Te olvido (primera parte)

Porque es mejor vivir con el eterno resplandor de una mente sin recuerdos.
Siempre tenemos algo que aprender, siempre podemos cambiar de corazón.

 
Luego de esa pelea que tuvieran una tarde de verano arrollador, Ramón presagió que Leticia nunca más volvería a llamarlo con sus movimientos de niña disforzada; fue así que tomó la determinación de olvidarla por completo. Era una tarde de vientos apacibles bañados con rayos solares de inicios de abril, cuando tuvo ese presentimiento que lo golpeó mientras andaba por los pasillos de la universidad. Era la señal definitiva para olvidarla completamente. La luz del sol se apaciguo de improvisto, dejando los pasillos en oscuridad veraniega que desconcertó a todos. Una fuerte brisa otoñal, rara en esos días, golpeó los cuerpos extasiados del feliz reencuentro luego de las largas vacaciones. Ramón se levantó en súbito del banco, contrariando a sus compañeros que reían con anécdotas y viejos recuerdos de años anteriores. La vio. Ya no volverá, pensó, y sólo fue su silueta escapando de esa imagen atroz.

Llegó a casa con los vientos violentos de la tarde, filtrándose con frescura disfrazada de miedo. Entró a su cuarto y, con lágrimas que sustituían los gritos y gemidos de dolor, destrozó cada objeto que la evocara, cada carta que recibió, rompió cada regalo, quemó cada foto. Trató de ahogar cada palabra que tuviera un tono cursi, una sarta de sentimientos puros que no eran más que residuos de un amor, dentro de una gran bolsa negra destinada a la baja policía. Desnudó medio cuarto, dejando sólo sus muebles, su ropa, sus libros y sus lágrimas, que danzaban por toda la habitación queriendo ser sustituidas por tantas más.

No pudo dormir por la noche. La triste idea de no tener una triste idea de que volvería reemplazó a las ovejas saltando la valla. Entre sueños, con los párpados palpitantes en el limbo entre despertar y dormir, recordó la imagen que quedaría en su memoria como un estigma. La vio de la mano con otro tipo, danzando por los pasillos de la universidad. Todo se hizo oscuridad y el viento abrazador se llevo esos cuerpos ajenos, y también lo empujó a él en su huída para destruir cada vestigio de lo que fue un amor de casi 2 años. Eran evidencias de su amor desechado.

Cuando pudo por fin cerrar los ojos adoloridos de tanto llorar, no sospechó que sólo le esperaban más desgracias dentro de su inconsciente. La noche estuvo llena de sueños, con más lágrimas y quejidos que despertaron a su madre en mitad de la madrugada. Lo acobijó con algunas colchas más, le colocó paños fríos en la frente esperando que pueda salir de su onírica desesperación y lloró junto a él cuando, entre sueños, maldijo su existencia al ver a Leticia de la mano de otro ente que no sea él, se condenaba a muerte entre sueños por no haber logrado hacerla feliz. Su madre lo abrazó fuerte y le decía, no Ramoncito, no Ramoncito. Y así toda la noche, hasta que se calmó.

Despertarse el día siguiente fue lo peor que le había ocurrido. No tendría un recuerdo claro de aquella mañana, pero esa enajenada sensación del primer suspiro luego de una noche al borde del colapso sólo pueden conocerla apasionados amantes y perturbados ilusionados del amor cuando sufren desgracias de este tipo. No quiso levantarse de cama, no quiso quitarse la colcha. Buscaba la cadena en alguna parte de la cama para jalarla sin piedad y ser llevado por la corriente, sumergirse en tuberías nauseabundas y no aparecer nunca más. Pero la realidad siempre nos da una cachetada en situaciones paradójicas y complicadas, con una carajeada nos manda a levantarnos, a andar y mirarnos en el espejo aunque no quisiéramos. Ramón bajó con medio cuerpo entumecido por dolores inexplicables y sólo le quedó seguir viviendo.

Su madre lo vio bajar con el rostro descompuesto. El ánimo lo debió dejar en su habitación, pensó mientras lo veía bajar, dando cada paso vacío por la escalera, queriendo tirarse para evitar cada pie en cada peldaño. Lo vio sentarse en la mesa y servirse el café con una lentitud desesperante, con el rostro pegado a su tristeza, con las manos que se mueven porque algo tienen que hacer cuando el cerebro no ordena, cuando no sirve. Comió un pan sin nada y tomó el café de un solo sorbo, se levantó y subió nuevamente al segundo piso, casi arrastrándose, casi dejando su rostro y las pocas ganas que se desparramaban por las escaleras. Su madre lo dejó ir, sin decirle nada, sin preguntarle lo sucedido. Sabía que más adelante tendría una buena oportunidad y que necesitaba dejarlo solo para que encontrara el camino, o la salida rápida, a su terrible pena. Siguió haciendo sus cosas. Por momentos escuchaba ruidos provenientes del cuarto de Ramón; pero decidió dejarlo solo.

Era que Ramón volvió a coger cada uno de los objetos que le recordaba su desgracia y los destruía uno por uno, tratando de que los recuerdos que sobrevivían con ellos sufrieran la misma suerte. Las fotos caían en pedazos, esas tardes en plazas o centros comerciales que quedaron grabadas en papel, salidas a parques de diversiones o paseos en familia, con sonrisas fingidas y situaciones planeadas. Leticia cogiéndolo del cuello, el rostro muy cerca del suyo, con las sonrisas que resbalan en el recuerdo; se corta un brazo y la sonrisa sigue. La imagen de Ramón se aleja de Leticia, con sus brazos a la mitad siguen atenazados en su cuello, una sonrisa es cortada en pedazos, luego todo se vuelve oscuro. La foto hecha añicos al tacho.

Los peluches fueron despellejados y sus intestinos de algodón devorados. Les sacó los ojos y les cercenó las orejas; tenían el recuerdo de un cumpleaños con Leticia corriendo con el paquete pequeño en sus pequeñas manos. Era un día difícil de sol y de pesado cumpleaños. Ramón cogió el regalo, destruyó el papel que lo envolvía y vio los ojos del peluche que ahora tiene en sus manos. Los restos de los peluches están regados en el piso de su habitación. Ramón los colocaba dentro de una bolsa donde serán cruelmente incinerados.

Las cartas sufrieron la misma suerte. Primero fueron flageladas hasta que aceptaron que no eran más que mentiras, que cada poema que le fue escrito, que cada te amo hipócrita y cada juramento de amor eterno no sirvió ni fue cumplido. Las obligó a rectificarse, a decir que nunca fueron reales, que cada día era una mentira escrita en papel. Eliminó las cartas, como las fotos, como los peluches, y se le vino a la mente las noches afiebradas que las leía bajo las colchas de su cama, bajo la luz del faro de iluminación pública. No quiso leer las cartas que le fueron escritas. Sufrieron la misma suerte.

A cada arrebato contra los restos materiales de su relación, Ramón sentía que los recuerdos no se iban con los objetos. Intentaba meterlos dentro del tacho de la basura, pero apenas podía cogerlos en su mente para ser desechados. Sufría a cada intento fallido por cazarlos y todo se hizo imposible. No logro nada si no puedo eliminar mis recuerdos, dijo con los ojos rojos de tanta furia. Lo más difícil fue que a cada tentativa de evocar el recuerdo e intentar cogerlo para desecharlo era seguido por un sentimiento fuerte en su pecho. Aún más difícil de borrar.

CONTINUARÁ...

viernes, 27 de agosto de 2010

Sin respuesta

¿Es que te cansas
de mí?

De verdad
quieres que me aleje
Es el pretexto que querías?

No sé nada de ti
en verdad
no sé nada

No haces
más
que ponerme en
confusión
alevosa

No sé nada de ti
te vuelves a ir
y como si fuera
la definitiva.

jueves, 26 de agosto de 2010

En el bus (Continuación)

No veo en su rostro algún síntoma de fastidio. Es más, no veo en su rostro algún signo de reconocerme, de saber que estoy llegando a su lado, de sentarme a su mano izquierda a pesar de que todos los asientos están desocupados. Miro mis manos reposar en mis piernas; de soslayo veo las suyas caer suaves sobre su mochilita tejida con alguna tela de colores. Voy subiendo hasta verle el rostro volteado, viendo sin parpadear. Me confundo en su observar parsimonioso; también me quedo hipnotizado con el juego de luces, sonidos y robots.

Permanezco inmóvil. Es vital para que mi acompañante no vea en mi una pesada molestia, un incómodo suspiro. Ella parece viajar sin presiones, sin objecciones. Falta poco para llegar a mi destino y ella me acepta sin reclamos ni miradas de reprobación. Extrañamente me ha acompañado hasta el final; ¿hasta dónde llegará ella, hasta dónde seguirá? Son cuestiones que me inquietan, que me hacen volver a mirarla de reojo, por el rabillo.

Voy llegando. Me levanto con delicadeza. Veo mi paradero aparecer en el horizonte; trato de apresurarme. Entonces la mano, su mano, que coge mi mano, y son nuestras manos que parecen una sola.

- No te vayas...
- ¿Por qué? ¿Qué pasó?
- No quiero quedarme sola, no puedo quedarme sola.

Y mis ojos que se posan en los de ella. Nuestras soledades, nuestras penas, nuestras paranoicas enfermedades.

En el bus

Tengo una terrible necesidad cuando abordo un vehículo de transporte urbano: Necesito sentarme con alguien, sea quien sea, tengo que tener una compañía en el asiento lateral. No han faltado las incontables veces en que el compañero de asiento baja antes que yo. Entonces una extraña sensación de temeridad me absorbe, tiemblo repentinamente y el sudor se enfría, dejándome pálido como hielo en nevera. Sólo me queda levantarme y buscar a alguien más que me brinde un espacio a su lado. A pesar de que la mayoría de asientos están desocupado a esa altura del trayecto, busco un asiento vacío al lado de un parroquiano. Las miradas caen sobre mí y el fastidio del sujeto a mi lado no son de esperar. Pero tengo que sentarme necesariamente con alguien.

Pero me ha sucedido ayer un viaje que jamás olvidaré. Presto en el paradero, la T-35, tan morada como siempre, se detiene dispuesta a llevarme a casa. Subo los pequeños peldaños que me llevarán al pasadizo y un susurro silencio me envuelve, me hace sentir extraño. El carro parece vacío. Por un momento se me pone la piel de gallina, a punto de voltear y gritar para que detengan el bus; pero logro distinguir entre las sombras de los faroles cetrinos a una joven. Mira por la ventana con parsimonia, el juego de luces, las personas andando casi como robots. El alma me vuelve al cuerpo, camino por el pasadizo de metal que salta al compás de los baches, pistas malditas de asfalto desgastado y maltrecho. Voy llegando a su asiento y ella no voltea, voy viéndola en el rostro y ella no voltea, me siento a su lado, sin tocarla, y ella no voltea. No voltea. Me acepta.

Continuará.

lunes, 23 de agosto de 2010

Una vez soñé

Cierta vez soñe que regresabas. Que aparecias ante mis ojos y que me cubrías con tu sonrisa, que caminabas con tu garboso paso de gata atigrada. Soñé que me hablabas, que volvíamos a discutir de los mismos problemas que nunca resolvimos. Que recordábamos viejas vivencias, viejos juegos, viejas canciones que son tan nuevas, tan presentes. Soñé que tu voz aparecía por los cables telefónicos, diciendo nuevamente mi nombre, sonando a susurro, a arrullo. Soñé que volvía a soñar contigo en mis noches de camas desordenadas y de cabellos al aire.

Soñé que me mandabas mensajes, que me llamabas al celular. Soñé que aparecías tan volatil una noche de fin de semana, con las botas, el pantalón que desesperó mis ansias, con la boina que remarcó tus pecas. Soñé con mis brazos temblando hasta el infinito, dejandome llevar por el nerviosismo de tu presencia frente a mí. Que nuestros pies jugaban en la clandestinidad, que nuestras miradas no hacían más que taladrar nuestros corazones. Soñé que la noche era nuestra cómplice, que bajo un acorde inusual te besé como siempre lo soñe, abrazándote bajo las miradas alcoholizadas, en el vaho de eterna confusión que nos consumía.

Soñé que te odiaba, que lo odiaba, que me odiaba. Soñé en eternos silencios pensando en mi futuro, acaso tu futuro conmigo, y soñé que nada es perfecto, que la vida es una mierda que se tiene que comer a puro pulso, porque sino el crimen no se resuelve. Soñé a que jugaba contigo a ser enamorados de nuevo. Soñé que te tuve en brazos, que te desnudé, que te hice mía a punta de intenciones que se mantenían dispuestas en dos bandos, entre la certidumbre y la indecisión. Soñé que te hacía mía, que escuchaba tu voz pronunciar mi nombre. Soñé tus gemidos, soñé ese te amo, soñé mi ultimatum, soñé mi tristeza, soñé las peleas, soñe el adiós... Te soñé.

Y ahora no importa. Me he levantado, como en un sueño pesado, sudando, con la respiración agitada, siento algo en los ojos, algo que cae por mis mejillas, no sé. He soñado... ya nada importa. Estoy despierto.

Tan fácil

Todo se hizo tan fácil. Esta pantalla pegada a un estante, esta comunicación alejada e intima, distante y caótica; lo hizo todo tan fácil. Decirme que me vaya, decirme que te vas. Mentirnos nuevamente. Unas cuantas palabras pegadas a una foto, un fuente de word con algún color, un nick que dice mucho pero a la vez poco, como todo en este mes que fue un sueño, una apacible pesadilla que terminó sin más, como las promesas que se dieron y que salieron de las bocas carcomidas por la confusión.

Todo se hizo más fácil. Evitar vernos, tenernos cerca. Evitar adioses que nunca saldrán materializadas en voz, evitar abrazos que se prolongan por eternos segundos, evitar besos que traían ternura, pasión, deseos; evitar roces de nuestros cuerpos que terminarán en alguna cama desordenada en plena noche, donde tus gemidos se confunden con mi corazón que estalla por tenerte una vez más cerca a mí. Todo se hizo tan fácil.

Olvidar todo, es tan fácil con decir a través de una ventana virtual: está decidido, me voy. Nos vamos, adiós.

Tan fácil, es olvidar una noche de pasión, una declaratoria de amor, un arrebato contra tu cuerpo, tu cuello, tus cabellos que hacen perfecta armonía con mis hombros, tus piernas que no dejo de tocar y que me faltó morder. Tan fácil por acá. Adiós.

viernes, 20 de agosto de 2010

Ficcionando

Yo voy, dijo entre susurros, con el rostro que parecía de un grito. Lo miramos de soslayo; el miedo se nos pasó de un momento a otro con la sorpresiva iniciativa de presentarse. Dio un paso temblequeante. Las manos se fundian en los bolsillos para mantener el nerviosismo bien metido entre las telas enmarañadas de marrón elegante. Se iba acomodando los lentes a medida que daba los pasos adelante, se iba acomodando el cabello a medida de que la puerta estaba cada vez más cerca. La mancada, dije.

Tocó el timbre. Todos permanecíamos detrás de los arbustos, que temblaban por nuestros nervios, pero que parecían ser removidos por la agradable brisa de comienzos de primavera. Se acomodó el sombrero gaucho, se pegó el bigote con más fuerza; le vibraba todo el cuerpo. El saco parecía quedarle más grande, o es que su cuerpo se suponía encogido por el susto que llevaba encima. Mauricio se mordía las uñas detrás de un gran arbusto. Rodrigo quería mearse ahí mismo. Su dedo se acercaba con temerosidad hacía el timbre, ese switch que equivalía a la vida o muerte. La punta de su dedo era el majestuoso inicio y fin, el alfa y omega, el secreto de nuestra existencia.

La mancada. Ding, dong. Puta madre la que nos espera, dije. Cállate Ramón, me dice Mauricio con el parche en el ojo. Se me caía la espada hecha con una escoba astillada hasta en las cerdas. Seguía tocando. El eco del timbre se mantuvo palpitante entre nuestros oídos. Él se mantuvo ahí, con su traje dandy que temblaba todo. Un crujido nos señaló que alguien se acercaba a la puerta. Los arbustos parecían moverse al compás de un tornado que en realidad era nuestra miedo enternecido. Lo vimos a él frente a la puerta. Qué mala suerte la suya, conchasumadre.

La puerta se abrió. ¿Sí, qué desea? ... Dulce o truco, dijo con una seguridad extraña. Lo vio un buen rato con los ojos canosos, con el pelo arrugado, con la edad cansada, con el cuerpo alargado. Olía a naftalina, era cierto, olía a guardado.

Quiero un truco.

Y la mancada.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Dándose cuenta

Me levanté. Creo que lo primero en hacer fue pensar en ti... o al menos eso creo. Realmente ya venía pensando en ti, soñaba contigo mientras despertaba y la mañana aún era noche, mi amanecer aún era despertarse, mis ganas de verte aún eran sueños. Tu sonrisa, tus cabellos sueltos al viento parecían inmiscuirse entre la realidad y la parsimonia mentira que nos juega el subconsciente. Sin darle tantas vueltas al asunto: fuiste lo primero que se me apareció en mi día.

Luego el celular, ver la hora, y también es ver si se me pasó un mensaje nocturno o una timbrada fugaz: cualquier manifestación que me haga fantasear por un momento que piensas en mí. Pero el celular sólo muestra las 6 de la mañana y todas mis penas reflejadas en su pantalla colorida. No me queda más que salir.

Ese es el pretexto para hablarte, para buscarte, para seguirte. Salgo y todo lo que veo y vivo es un pretexto ideal para transmitirlo: Mira, vi esto... oye me pasó lo otro. Cada situación, cada vicisitud tiene tatuado tu nombre que no me suelta, que amanece y duerme, que nace y muere, conmigo. Todo el día esperando una señal que jamás aparecerá, pero que contiene, inquietamente, una esperanza que quema abrazadora en mi pecho; que me conmueve, que me atesta un golpe directo al corazón.

Llega la noche. Las esperanzas ya no siguen en mi pecho. Palpitan en mis dedos, en mis pupilas oscuras de tanto disipar tu alma, en mis cabellos que se quiebran por tanto desorden. Es de noche, y tengo la maldita sensación que de ésta no te salvas, que caerás, como en torrente abnegado, a mis deseos, a mis locas ganas por sentirte mia... tan especial y espacial...

Pero no llegas... y me aguanto. Otra noche más que me tengo que tragar la jodida verdad que soy el otro.

domingo, 15 de agosto de 2010

Cómo decirlo...

Cómo decirlo, es complicado. Primero, intentar descifrar tu voz, que se escapa por los cable telefónicos. Desenredar tus confusiones, acompañar a tus miedos, barrer con tus inquietudes, convertirlos en arenas, en nuestras manos, en nuestras manos. Es complicado decirlo. Decirte que tu rostro encaja en mis manos, que tu cabello cae bien en mis hombros, que tus piernas se ajustan perfecto a mis deseos, que mis ojos escapan mucho de tu mirada, que mi tristeza ahora es muy bien fundamentada. Tristeza, tristeza.

Cómo decirte... que nada de lo que he vivido ahora importa. Que siempre me guardé para ti, para el retorno de cada pieza de tu rompecabezas. Decirte que tus manos son aún pequeñas, que tus uñas aún mordidas, que tus tics de tu brazo izquierdo aún está ahí. Cómo decirte que no tengas miedo, soy yo, sí, el mismo que te esperaba cuchocientas horas a que llegaras, el que te embarcaba en la esquina con frío, el que te compraba chocolates hasta el hartazgo, el que se tragó verguenzas, en que soltó gallos, el que enfundó en lágrimas.

Cómo decirte, pequeña, que somos solamente tú y yo quienes nadamos en la pecera... aprendiendo, saboreando lo que es la vida, nuestros temores, y nuestro amor.

viernes, 13 de agosto de 2010

Poemetría: Desgarrarte

Quiero rasgar con mis dientes
tus medias
tus muslos
hacerlos temblar
dibujarme en dolor
y placer
hasta que gimas
hasta que digas basta.

Tomaré tus brazos
con fuerza
No te soltaré
aunque te sacudas
de desesperación
tensarte como ayer
relajarte con mis labios
cayendo por tu cuerpo
y tensarte nuevamente
con el sudor
que se confunde
con mi saliva
que te recorre
con ansiedad

Haré un mapa
en tu cuerpo
con mi boca
pasando por
tu cuello
tus hombros
tus senos
mil veces tus senos
tu abdomen
tu sexo
tus muslos
tus rodillas
tus tobillos
y volveré a subir
y bajar

Beberé de tu jugo de luna
de tu eternos suspiros
de tus gemidos engreidos
de tus afirmaciones apagadas
de tus preguntas inquietas
de tus intenciones morbodas
de tus modos de excitarme
hasta enloquecer.

Y fundirme.

jueves, 12 de agosto de 2010

Sentados en una banca

Luis Hernández C., pistola en mano, estetoscopio en cuello, patillas gigantes en cara, me dice que ahora es cuando debo poner presión. Como él, ahora, que ausculta las flores, las piedras, el aire, mi corazón. Ausculta aplastando fuerte la campana contra mi pecho. Estás mal, me dice, con las patillas que le llegan a los ojos. ¿Y crees que no lo sé? Lo pienso, sólo lo pienso porque decirlo sería iniciar su furia, rompiendo poemas, lanzándose a la pista, ensuciando la bata blanca-septica. Lo pienso, como muchas cosas que tengo en la cabeza que no deben salir jamás; son el origen de una nueva sacudida, de una nueva batalla contra la nostalgia, esa que se extirpa con bisturí y con nada de anestesia. Que duele mucho.

Y Luchito lo sabe porque su bisturí fue el que extirpó de a poquitos la tristeza de antaño. El sabe más que nadie las noches en que leía sus poemas en silencio: Mientras existas no podré dejar de escribir lirios... Maldito Luchito. ¡No! Ven carajo, no te tires a la pista, no dije nada... Solo que mientras ella exista no podré dejar de escribir poemas taciturnos, de tener los ojos entornados esperando que ella me mire de algún lado, no dejaré de sonreir aunque este triste, esperando que ella me mire de algún lado, no dejaré de hacer tonterias, esperando que ella me mire de algún lado... y sonría. Mientras ella exista tendré que olvidarla varias veces más, porque nuestro amor parece estar condenado a eso. Sí lo sé Hernández, sé que puedo cambiar el destino... ¡Esa es mi ideología ahora mismo! Si no contradigo al destino, ella no será feliz y mucho menos yo.

Sentados en una fea banca amileña, Luis Hernández C. y yo, hablamos de la vida. Él auscultando flores. Yo amándote.

lunes, 9 de agosto de 2010

Ramón y sus corazones solitarios

Escondido entre diarias premisas y ocultos sujetos de deseo, Ramón no deja de pensar en la llegada inesperada de Leticia. Su figura de gacela esparcida en colores del arcoiris le suponen una indesgastada melancolía que lo desdibuja, que lo envuelve en un tormentoso laberinto, donde el pasado no es más ayer, y el hoy es siempre hoy (... sos parte de mi ser... siempre es hoy, lo claro entre los dos). Donde año y medio se indistingue del 14 de febrero del 2009 ó el 25 de julio del 2010. Ramón, envuelto en una cortina que lo apropia en calor, que rechaza la gélida manifestación de este inviernos, siente que la ama.

Pero, Ramón, sabes que nada es sencillo en esta cruel carrera forrada con vinifan. Tus miradas son de soslayo, tus manos viajan lentas hacia las suyas, tus ojos no pueden los suyos porque sabes, muy bien, que esos ojos los comparte otro más. Y aunque sepas que esa mirada ad hoc para verte a ti, sufres con la idea de que no son completamente tuyos. Así que desvias la mirada... como los verdaderos machos.

Como para hacer la banda de Sgt. Ramón y los corazones solitarios. Aunque por momentos sea tuya, la mayoría de veces tienes que aceptar la triste idea que no estará ahí cuando la necesites.

domingo, 8 de agosto de 2010

Poemetría: Si este es el adiós.

Si este es el adiós
me quedo con tus
pequeñas manos
bailando en el aire
cayendo en mi cara
en mi cabello.

Si este es el adiós
ya no evadiré esa
mirada hermosa
que dibuja nerviosismo
en mis labios
en mis piernas.

Si este es el adiós
caminaré a tu lado
presuroso
pegándome lo más
posible
a tu cuerpo
a tu alma.

Si este es el adiós
guardaré el perfume
que dejaste
en mi piel

Si este es el adiós
ya no hay motivo
para cuidarme
Me excederé en
vicios
y profanas
sepulturas.

Si este es el adiós
las noches tendrán tu rostro
tatuado en el cielo
tus ojos cerrados
absorviéndome
en soledad.

Si este es el adiós
me quedo con tus besos
flotando en mis labios
buscándolos una vez más
en la eterna espera
que he prometido...

hasta que vuelvas.

jueves, 5 de agosto de 2010

Quédate conmigo

http://www.youtube.com/watch?v=aeWIMYVKbLE

Cuando llegue la noche
y se oscurezca la tierra
y la luna sea la única luz que veamos
No tendré miedo, no tendré miedo
mientras estés conmigo.

Cariño, quédate conmigo,
oh, ahora, quédate conmigo,
quédate conmigo, quédate conmigo.

Si el cielo que vemos
temblara y se callera
y las montañas se desmoronasen sobre el mar.
Si no pudiese llorar, si no pudiese llorar, no derramaré un sóla lágrima
mientras estés... estés conmigo.

Cariño, cariño, quédate conmigo,
oh! quédate conmigo.
Quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo...

Y siempre que estés en un apuro y no
quieras estar a mi lado, oh! quédate conmigo
Quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo.

Cariño quédate conmigo,
quédate conmigo.
Oh! quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo.

martes, 3 de agosto de 2010

Página 1

Me levanté con la taza de café al lado. Todo estaba oscuro, teñido en un cruel manto de incertidumbre. Las cosas a mi alrededor se fueron tornando abstractas, tomaron otros rumbos, carecieron de sentido: se derramó la azúcar, haciendo un desorden feroz, fiel reflejo de mis sentimientos, de mis recuerdos. Se esparcían y volvían a juntarse. Eterno silencio, una idea, una sentencia, y los cajones vacíos, nuestras fotos deformadas, cúbicas; mi cuarto sumergido en un completo azul-naranja. Pretendí no darle importancia, tratar de levantarme, pero nuevamente los objetos y recuerdos fueron desestabilizándome; se agrupaban, se volvían a unir, tomaban formas funestas, mórbidas. Otras divertidas e inimaginables, inexpresables.


Tu nombre, y tu sola presencia en mí parecía ser sólo una palabra, una errata que nunca aparecería en los diccionarios. Un ruido, más bien un rugido, se instalaba en el ambiente: golpes, cortes, crujidos, metafísica pura. Mi cuerpo parecía alejarse de todo, de cada punto en el espacio.

Hace un año...

Nota: He vuelto a releer viejos escritos con el fin de corregir ciertas imperfecciones (eternas) que las invaden. Encontré este verso escrito hace más de un año. Las palabras y el dolor son viejos, son heridas cicatrizadas con días tras días que ayudaron. Sin embargo, el final me dice, casi gritándomelo en la cara, que las coincidencias no existen... que todo se da por algo.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Hoy, ya hace un año, dejé de tomar el café acompañado,


dejando el pote de azúcar a mi lado

ante la falta de alguien a quién pueda entregárselo.

Lloré la última gota en una vieja canción de Lennon

Y con ella sólo fuiste olvido, un recuerdo más

que fue directo al tacho de la basura.

Desde aquella vez mi cartas carecen de remitente,

mis versos ya no tienen musas

y mis cuentos ya ni tienen finales felices.

Mi vida sólo está acompañada de canciones tristes,

de viejo anhelos y de horribles pérdidas.

Hoy, ya hace un año, dejo de contar las lunas de todos tus meses,

dejo de interesarme por lo que soy y por lo que seré.

Y sigo explicándome, entre soledades marcadas en silencios torcidos,

Que tu huída solo fue una vieja pesadilla de serie B… que aún estás aquí.

domingo, 1 de agosto de 2010

LEELO

CINCO DEDOS NO SON SUFICIENTES PARA DECIRTE ADIÓS. SE NECESITAN DE MIL INTENTOS POR NO TORCER LOS LABIOS, EN SEÑAL DE DEBILIDAD