De María Emilia no sabía nada, pero aquel poster enmarcado en ese salón me mostró todo lo que debía saber. Me gustó su mirada hacia el horizonte, sus labios entrecerrándose, su cabeza apoyada en su mano. Luego me enamoré de ella al leer sus versos.
Esa tarde noche te vi en el rincón y ya tenía en mi cabeza el tema preciso para un historia materializada en cuento.