miércoles, 25 de julio de 2007

Historia que puede herir la susceptibilidad de algunos o de todos

Verla sentada en el sofá era la señal perfecta para imaginarme travesuras impensables, pues como diré más adelante, era ese sillón, nuestra perfecta situación, un objeto imperfecto, lleno de huecos, resortes; esas desalineadas formas son las que nos hacían ponernos más cómodos, uno contra otro, hablando incoherencias y escuchando su inconfundible “obvio”, que por momentos no aguantaba, pero al cabo de unos instantes lo necesitaba ahí, presente, en aquella discusión tan banal que sólo buscaba un desenlace que ya habíamos pactado antes.

Las miradas casuales, que eran como comenzaba cada encuentro en ese viejo sillón imperfecto; esas miradas se volvían sucesivas, no con la misma intencionalidad de antes, sino se volvían obligatorias, como si fueran el permiso para realizar aquel final acordado. Antes, una cháchara sin fondo ni forma, y tu “obvio”, que iba tomando forma mientras más nos acercábamos y mientras más nos tocábamos. Comenzábamos acariciándonos de forma sutil, entre juegos y risas, para que cada acercamiento se convirtiera en un exploración, los brazos, los abdómenes, las piernas, las manos, y tu “obvio”, nos tocábamos las manos de forma muy intensa. Sus manos pequeñas, pero fuertes. Mis manos grandes, pero suaves. Creo que representaban la interioridad de cada uno.

Con tu “obvio” que me preguntabas acerca de mi suerte, porque yo tenía y podía estudiar, mientras tú, trabajabas para poder lograr tus sueños. Te consolaba, con tus manos y mis manos entrelazándose, que tú estas luchando, que más adelante la vida no te sorprendería, que estarías acostumbrada. Mientras yo, en ese sillón imperfecto, te decía que yo todavía no vivía, que me estoy preparando para luchar. Así te consolaba; así me consolaba. Nos necesitábamos. Poco a poco nos íbamos acercando, y tu “obvio”, con tu música de fondo tan insoportable, con sintetizadores, órganos y bajos. Tenía que soportarlo, pues no me iba sin que la lucha final no se haya dado.

Sentía tu respiración cada vez más cerca, tú me mirabas con esos ojos, esos ojos. Algunas veces me daban risa, a veces me entristecían, y de verdad algunas veces me daban lástima, pero estaban ahí, para recordarme que todo anhelo es difícil. Tocaba tus piernas, tus muslos; no sé si lo tomabas como un juego o como cariño simplemente; pero tu sonreías con tu “obvio” que ese instante ya me estaba hartando. Tú me seguías mirando y hablando entre jerigonzas y malentendidos. Esta reunión se estaba acabando, no si antes el permiso o el pago para salir de esa casa del sillón con la situación perfecta. Un beso. Lleno de pasión, lleno de amor, completamente completo de hervor.

Luego de aquel acto, me voy; nuestras manos se sueltan, nuestros cuerpos se separan. “Vengo mañana” te digo. Sólo escucho tu “obvio” desencajado. Te levantas conmigo y me acompañas hacía la puerta. Te digo adiós y me voy, tú me devuelves el saludo y regresas a tu hogar. Te veo volver, hacia el lugar de perfectos e imperfectos. Te veo volver lentamente, meneándote, danzando. Camino a casa me pregunto, qué sentirás. A veces pienso que estas enamorada, que te has enamorado. Lentamente me lamento de no poder corresponderte. Yo sólo estoy ahí por sexo.

2 comentarios:

la dueña dijo...

ayyyyyy si te contara en un sillon se pueden hacer tanto y nada ala vez..

Anónimo dijo...

Sinceramente, creo que es uno de tus mejores cuentos que leído. Es bastante imaginativo, no lo digo por ti, sino que permite que el lector se cree un ambiente que tu mismo describes. Qué sé yo, me gusta mucho, aunque el final creo que pudiste elaborarlo mejor, sin embargo está bastante bueno.