sábado, 17 de noviembre de 2007

Historias lejanas

Y finalmente te miré a los ojos. Tus pupilas crecían como el viento y me abrazaba por completo. Tomé tus manos diciendo lo tanto que me hacías sentir: loco, inmundo, alejado, bohemio, fútil, cursi, Neruda, etéreo. Reías diminutamente, para tus adentros y extrañamente escuchaba tu risa, con eco, vibrando. Nos alejamos de aquel lugar. Hablábamos poco; débilmente trataba de reiniciar una nueva conversa y tú sólo reías, diminuta, tan coqueta, tan lejana e hiriente. Caminábamos por aquella plaza tan concurrida y deseaba tomar sus manos; tú me mirabas a los ojos y me emocionaba hacia lo inexpresable; pero en el fondo sabía que no me amabas. Extrañamente, tenía la sensación de que me aborrecías…

Qué tanto había cambiado, no solamente en lo físico, sino también en lo intelectual. Antes me agradaba porque…, no sé, sólo era un gusto; seguro sus cejas pobladas o su aire de antisocial que mantiene hasta ahora, no sé. A pesar de su aspecto hosco y fuerte, era… es un tierno, un romántico furtivo, aunque no lo quiera reconocer. Poco después no lo encontré interesante y simplemente quedó apartado de ese plano de mi vida. Pero él no quiso huir, no quiso ser olvidado; me miraba, me hablaba, trataba de lucirse y… no sé que era lo que me atraía y me atrae; pero aun no sé que es lo que me aleja y me restringe. Y sigue aquí, tan presente como ayer, como mañana. Yo tanto como ayer, como hoy y como mañana seguiré con esa pregunta tan molesta… no sé.

***
Era una loca. En esa época no tan lejana, ella me sorprendía en cada descanso. Llegaba, me besaba la mejilla, me alegraba el día tan gris y creo que yo el suyo; siempre me impactaba con su sonrisa, esas que nunca se olvidan. Jugábamos y tú sonrisa… lamento no haberme enamorado de ti. Alguien que verdaderamente sentía algo por mí. Al final del descanso lo infaltable: el intercambio de cartas. Siempre me criticabas la falta de empeño en la presentación de mis cartas, pero te derretías con el contenido: mis alegrías, mis penas, un desencanto, un imposible y tu sonrisa. En cambio los tuyas: tan perfectas por dentro y por fuera. Me contabas tus cosas. Como no podía besarte y fin de la historia; pero el amor es tan complejo. Como no olvidarme de ese imposible y convertir mi vida contigo en un presente…

Me enamoré de él. Me hizo olvidar mi antigua pareja, con sus chistes, sus maneras, su voz; me cautivó de forma instantánea. En los descansos sólo éramos nosotros. No existía nadie más y él lo percibía de esa forma porque me observaba detenidamente; no le hacíamos caso a nadie, teníamos ojos y oídos sólo para nosotros. Y jugábamos y reíamos; eso es lo que quería. Y las cartas; me contaba: estaba enamorado, y eso me dolía. Traté de todo para cambiar esa idea, pero estaba profundamente enamorado. Yo te escribía feliz, no importaba tu condición, con tal de hacerte alegrar. Pero abruptamente todo ese contexto cambiaba en las salidas. Todo se ponía sombrío, ya no le daba importancia, miraba a todos lados, tratando de buscarla. Yo me sentía fuera de lugar, tan lejana.

***
Poco antes de que tu lugar fuera mi diestra te encontrabas muy lejos. Yo era uno de los mal vistos, de los que se sentaban atrás. Te veías tan lejanamente hermosa, con ese corte de pelo tan particular que llamó la atención de todos, pero que sólo me cautivo a mí. Apareciste en mi vida de un momento a otro, como cualquier boleto de autobús; pero quedaste inscrita en mi vida como aquel tatuaje soso que no se sabe el significado. Pero eras tan lejana, una lejanía incomparable. Impredeciblemente un día llegaste hacia mí; tu lugar fue atrás y yo estaba feliz, emocionado, ilejano. Comencé a sentarme de lado, pegado a la pared, volteando casi maquinalmente, pero sintiendo casi humanamente. Fueron días felices; pero los días fenomenales llegarían pocos días después. Aquella clase de aritmética fue el preciso instante, perfecto momento; mi carpeta estaba vacía y yo como siempre pegado en la pared, buscándote. Llegaste. Tu asiento estaba ocupado, viste mi carpeta y te sentaste al extremo y yo enloquecía. Poco a poco fueron llegando más estudiantes; en vez de darles permiso para que pasen, te ibas arrimando, más y más, y yo enloquecía; hasta que terminaste a mi lado. No perdí la oportunidad de hablarte y me correspondiste, y enloquecí. Desde esa vez no nos separamos. Enloquecía cuando apoyabas tu cabeza en mi hombro y nos burlábamos de los profesores. Un día desapareciste, volviste adelante y yo enloquecí y volví a soñar. Te vi luego de 2 años. Esta vez estabas abstractamente lejana.

¿Qué hace ese acá? Pobre, debe estar enloqueciendo ahora que me ha vuelto a ver. Lástima que eso será lo único que podrá hacer. Esos tiempo ya pasaron… son tan lejanos.

No hay comentarios: