miércoles, 22 de noviembre de 2006

Nostalgias, congojas: melancolías

Todavía estaba tibia cuando la encontré echada en su cama, vestida con su pijama rosada. Eran las 11 de la noche y aún se escuchada las melodías que minutos antes ella había tocado con su guitarra casi nueva; prometí enseñarle una canción completa ese día, pero yo tenía otros planes. Estaba como dormida. Su rostro era el mismo, como aquella vez que la conocí, hace ya algunos años en el colegio. Tenía la misma fragancia, esa que percibí el día que me abrazó por primera vez; no olvidaré esa ocasión que hablamos por vez primera y me enamoré al instante de ella. Nunca tuve la valentía suficiente para decirle lo mucho que sentía hasta ese día, sólo le mandaba indirectas y me insinuaba un poco. Ese mismo día en la mañana pasé por su casa a visitarla, ya que no la había visto en mucho tiempo, fui decidido a contarle todo y no me importaría su reacción; se lo diría como sea. Su hermana me recibió; ella no se encontraba, así que pensé en dejarle una carta escribiéndole todo lo que tenía pensado decirle. Se la entregué a su hermana diciendo que volvería en la tarde.

Esperar. La había esperado por 4 años y unas horas más me parecieron interminables; antes de salir del edificio, había sentido un ambiente cargado. Su hermana tenía al momento de recibirme una expresión de tristeza; la razón, lo descubriría horas después. Fui a dar una vuelta y de pasada a visitar algunos compañeros y amigos que habían caído en el olvido por el tiempo; terminada esa jornada volví a sentirme algo impaciente pensando en el momento crucial. Recordé en aquel instante pasajes relacionados con ella: aquellos juegos maquiavélicos y a la vez armoniosos, era siempre una suerte de ping-pong: ella me hacía bromas y yo contraatacaba y viceversa, para luego reconciliarnos como si nada hubiera pasado. Todos aquellos momentos me daban alicientes para el momento trascendental. Ya faltando poco para las 10 de la noche la llamé a su casa; por tanto andar pensando en mi declaración me había alejado considerablemente de su casa sin darme cuenta. Justo ella me contestó. Su voz, su voz angelical que siempre me hipnotizaba y que yo siempre le respondía con frases incoherentes, esta vez se presentaba entrecortada y muy débil. La saludé y al momento me contestó diciéndome que había leído mi carta y que quería hablar personalmente conmigo; pero al instante empezó a llorar, me hablaba entre sollozos cosas que no entendía y unos gritos acompañaban su voz frágil como si se tratara de un coro malévolo. Cuando le pregunté que sucedía ella se calmó, se despidió, y colgó en seco. Mi corazón dio un vuelco y cuando apenas me estaba dando cuenta de la situación, ya estaba corriendo en dirección a su casa.

En el camino pensaba lo lejano y obscuro que sonó esa despedida; mi cuerpo no sentía el cansancio y sólo corría. Maldecía lo estúpido que fui al alejarme tanto de su casa. Llegué al departamento; subía las escaleras de forma torpe; llegué a su puerta y la tocaba (o golpeaba) de forma agresiva acompañada de gritos e injurias. Nadie me contestaba y continuaba golpeando y gritando, esta vez con todas mis fuerzas. Ya desesperado y fuera de mis cabales, comencé a golpear la puerta con mucha más fuerza y decisión con el objetivo de derribarla; ya con mis últimas energías logré mi cometido y ya con la mirada de los vecinos, entré gritando, llamándola, buscándola en todos lados. Al llegar a su cuarto casi desvanezco al verla echada en su cama con su pijama rosada, su guitarra a un lado, un lápiz con un papel y un vaso con muchas pastillas al lado. Me acerqué. Todavía estaba tibia; tomé sus pequeñas manos, miré sus labios, parecía dormida. Tomé el papel que tenía su perfume impregnado, éste hablaba acerca de su problema familiar y de la decisión que había tomado ya hace buen tiempo, de ahí comenzaba otro párrafo que decía: “Me encantó tu carta. No puedo creer que me esperaras por 4 años, el tiempo que yo también te esperé........”, súbitamente la carta se interrumpe, pero llegué a encontrar una pequeña frase al final del papel. En ese instante sentí las melodías que minutos antes había tocado, sentí mis lágrimas caer por mi rostro, escuché el sonido del papel que tocaba el suelo y que al final de ella decía: “Me debes una canción completa”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y donde esta la razón de la muerte???