Buscó entre sus ropas la foto en la que aparecía con ella. La tenía escondida hace mucho; fue necesario para que no vuelva a aparecer entre sus viejos recuerdos que siempre le estropeaban el día. Aquella tarde debía volverla a ver, debía de cerciorarse de algo. Desarmó el cajón y con él toda la ropa que estaba dentro, haciendo volar polos, pantalones y camisas mal calibradas. Al fondo, en un rincón olvidado y perdido, estaba la foto de ellos. Uno abrazado al otro, ella con la sonrisa explotando lejos del papel fotográfico, y él, con más barba y cabello. Estaban perfectamente incrustados en el recuerdo en papel, en la foto de aquellos años que los mantuvo juntos por tropiezos del azar o un cruel destino que quiso probarlos. La vio, con una sonrisa que se apagaba de a pocos, con el cabello que se volvía gris y con los ojos que se cerraban. Algo en toda su silueta pegada al papel parecía desaparecer, estremecerse al primer recuerdo de él viendo la foto entre sus manos. Se percató que la imagen de ella quería huir de sus brazos dentro del papel, escapar de la foto y descansar por fin. Era verdad, ella estaba muriendo.
Guardó la foto en el bolsillo de la camisa y salió saltando por la ventana que se abría con solemnidad para prestarle un servicio urgente. Se muere, había escuchado en una conversación donde sus oídos no estaban invitados, pero la noticia bailó entre el aire hasta llegar a él con presteza increíble. Aun podía sentirla entre sus brazos, viendo las estrellas que se caían a pedazos por la noticia. Se muere, dijo en ese instante, con los labios que le pesaban y pesaban. Corría por calles entrelazadas en colmillos, en alas viejas y sangre chorreante en el pavimento. Siguió por Coronel Astrada y salio, como quien dice que estaba invitado, a la avenida Central, con la cara sudada y con los ojos buscando a Carmen, que sabía de la noticia.
Carmen le contó todo en susurros, para que sus orejas no sangraran con la noticia. Sabía de su pesar; si sufría por ella cuando estaba viva, no se imaginaba verlo sufrir cuando estuviera muerta. Lo vio viendo algo en el bolsillo de su camisa. Lo vio viendo el pavimento; lo vio viendo esos puntitos oscuros aparecer en la acera, cada poquito. Parecían salir de abajo pero caían como gotas, pesadas e hirientes. Lo vio restregarse la cara con algo de violencia. Lo vio irse.
En dos pasos estuvo en el puente de La Ribiera. Desde ahí veía toda la ciudad morir bajo los pocos rayos solares de la tarde. Recordó aquella noche donde, junto a ella, prometieron amor eterno en ese mismo puente, un amor que dudaría más allá de ese cielo oscuro de su recuerdo. Saco la foto. No se sorprendió al ver su imagen en el papel apretujarse misteriosamente; se le caía el cabello, y todo él se ponía gris. Yo también, pensó, sonriendo al ver lo perfecto que se veían en la foto. Tan parecidos. La pareja perfecta.
Y se lanzó de lo alto del puente de La Ribiera.
Plaf!