lunes, 20 de febrero de 2012

20 de febrero 2012

Hay pasiones fuertes que parecen romper la cáscara que llamamos piel, agrietarla (las llaman estrías) y escapan por ahí cuando los poros no son suficientes. Salen disparadas por los dedos e inscritos en páginas, redes sociales, hojas de papel. Los ojos no dejan de parpadear, esperando que lo que ve no sea un sueño, más bien la historia que consume en segundos miles de frases y sentencias. Una energía que espera salir por espacios que nunca tendrán una manifestación, como las uñas, los vellos, las marcas, las arrugas... 

Pasiones que alteran de diferentes formas. Una peculiar pasión apareció ayer en una situación que no merecía mi mayor atención y ni preocupación; sin embargo me hirió en lo más profundo. No un dolor penetrante y fuerte, sino mas bien una quemadura que se mantiene y que recrudece con el aire y el agua. Una herida que se incendiaba con el recuerdo y que no pasaba con hielo.

Aunque la quemadura que invadía mis entrañas me sumergía en rencor profundo me daba cuenta que mi ira era infundada, autoflagelándome.

Comenzar a analizar los momentos de decepción es la clave para no meterse en líos que no tienen cauce.

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