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jueves, 21 de mayo de 2009

Pacto entre ciegos

Leer a Sábato fue una aventura llena de experiencias complejas y sentimientos difuminados en el pecho de otra persona. Me sonó a las penas en un bar, en las confesiones autobiográficas de un tipo que de a pocos se cree que cada cosa que pasa por esas corrientes nerviosas alrededor de su cerebro son importantes y le dan un matiz más que especial: complejo y aburrido. Entre toda esa trama aparece un Informe sobre Ciegos de lo más entretenido. Luego lo mismo de siempre, hojas y hojas de un monologo que diserta sobre la vivencia de otros personas que se mezclan con sucesos del pasado...
Leer a Saramago es otra cosa. La ceguera lechosa, el mal blanco, la continuidad de un salvajismo, el terrible destino de esos ciegos, el encuentro y desencuentro, la simplicidad de la narrativa, el vivo ejemplo de que algo tan sencillo puede calar tan hondo...
Algo tan subjetivo y cargado de pasiones ajenas queda estática en la iris.

viernes, 17 de abril de 2009

Algunas notas de Sábato

Con mucha complacencia, Ramón se alegra de que Ernesto se haya acordado de ese encuentro en el Parque Lezama, una tarde otoñal de 1961.
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Recuerdo esas bancas que combinaban con cada uno de los elementos presentes, hasta con nuestros rostros melancólicos.
Cito una frase con la que recordé aquel pasaje, y con el cual recuerdo a Sábato esa tarde hermética, donde el humo de los cigarrillos dirigía la conversación:
"Esa tarde,(...) empezó a llover después de largo, ambiguos y contradictorios preparativos. (...); y los que, esperanzados y candorosos, aquellos a quienes les basta un invierno para olvidar el agobio de esos días atroces..."
Agradezco a Ernesto aquella precisa sentencia en la que claramente se deduce nuestro encuentro pretérito y la conversación que tuvimos aquellas vez sobre las preferencias estacionales. Un saludo aún más fraterno al poner los adjetivos: esperanzados y candorosos, con lo cual demuestra la intención de no hacerme quedar como el melancólico que conoció aquella vez.
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Ramón recuerda el rostro taciturno de Sábato, sólo eso y el cigarrillo en la boca de cada uno marcó ese encuentro en las postrimerías de la publicación de Sobre héroes y tumbas.

domingo, 21 de septiembre de 2008

21 de setiembre (8:08 pm.)

He recibido un aguinaldo (por no decir otra cosa que denote miseria o necesidad de dinero) y lo invertiré (como siempre) en libros, una parte, y lo demás para salir con Leticia que hoy está enferma (tienes gripe, tos, le duele el cuerpo, la cabeza, tiene fiebre). La llamé en la tarde y hablamos un buen rato esperando que se recuperara pronto.
Luego comencé a pensar en los posibles libros que compraría. Estoy en un etapa en mi vida en donde los libros de mis grandes maestros están ya metidos en el estante de mi cuarto. Desde un buen tiempo compro libros de autores no que son conocidos, pero se mantenían alejados de mi campo visual o de mi conocimiento literato. Fue así que conocí a Roberto Bolaño (que fue un gran acierto), fue así como conocí a un tal Neyra Magnana (no sé si es así), un sociólogo peruano egresado de la Católica y a un viejo bigotón que reside en China y que escribió un libro: Blues de un gato viejo, también peruano... Ambos terriblemente malos. Sin mentir, llevé esos libros a la universidad y los vendí a los primeros incautos que se cruzaron. Con aquel dinero conocí otro libro de Sábato que no sea El túnel: Abbadón el exterminador. No lo he leído, pero el autor ya dice algo.
Y así es la vida de los pobres jóvenes que propugnan por algún día ser narradores. Sin algún mentor que les diga lee esto, lee aquello. Así nos desplazamos por el largo camino de la literatura, entre perdedores y geniales, conocidos y desconocidos. Así se encuentran los grande tesoros de la literatura. Mañana en Quilca, tal vez conozca a un tal Kundera.