domingo, 21 de septiembre de 2008

21 de setiembre (8:08 pm.)

He recibido un aguinaldo (por no decir otra cosa que denote miseria o necesidad de dinero) y lo invertiré (como siempre) en libros, una parte, y lo demás para salir con Leticia que hoy está enferma (tienes gripe, tos, le duele el cuerpo, la cabeza, tiene fiebre). La llamé en la tarde y hablamos un buen rato esperando que se recuperara pronto.
Luego comencé a pensar en los posibles libros que compraría. Estoy en un etapa en mi vida en donde los libros de mis grandes maestros están ya metidos en el estante de mi cuarto. Desde un buen tiempo compro libros de autores no que son conocidos, pero se mantenían alejados de mi campo visual o de mi conocimiento literato. Fue así que conocí a Roberto Bolaño (que fue un gran acierto), fue así como conocí a un tal Neyra Magnana (no sé si es así), un sociólogo peruano egresado de la Católica y a un viejo bigotón que reside en China y que escribió un libro: Blues de un gato viejo, también peruano... Ambos terriblemente malos. Sin mentir, llevé esos libros a la universidad y los vendí a los primeros incautos que se cruzaron. Con aquel dinero conocí otro libro de Sábato que no sea El túnel: Abbadón el exterminador. No lo he leído, pero el autor ya dice algo.
Y así es la vida de los pobres jóvenes que propugnan por algún día ser narradores. Sin algún mentor que les diga lee esto, lee aquello. Así nos desplazamos por el largo camino de la literatura, entre perdedores y geniales, conocidos y desconocidos. Así se encuentran los grande tesoros de la literatura. Mañana en Quilca, tal vez conozca a un tal Kundera.

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