jueves, 12 de junio de 2008

Camino al olvido

Tomo el periódico y veo mi obituario en una de las tantas páginas exiguas y descoloridas. Me exalto un poco, lo suficiente para no llamar la atención. Luego, para cerciorarme de aquella noticia, me consigo diarios de días anteriores y, efectivamente, fenecí. Leo un poco, dicen que me asaltaron la tarde anterior. Recuerdo que no quise darle mis pertenencias al ladrón. Lo vi muy confundido, seguro fue ahí donde… Pero yo estoy, ahora, leyendo mi obituario en una esquina cercana a mi universidad, a punto de llegar tarde a clases.

“Últimamente tienes las manos muy frías” me dice mi enamorada mientras caminamos por la veredas húmedas. La miro irresoluto y pienso en enseñarle mi obituario, y le doy tantas vueltas al asunto, mientras ella me mira los ojos, las ojeras se me notan más y me lo dice. “No es nada –le respondo-, es simplemente La Gris”. Me abraza y se da cuenta que se está alejando el ser material que siempre fui.

Fue en mi salón de clases donde comencé a darme cuenta; días después de mi muerte mis compañeros comenzaron a ignorarme. Primero me trataban como si nada hubiera pasado; poco a poco se fueron alejando, y hasta ayer me miraban o me preguntaban cómo me sentía. Pero hoy fue distinto, parece que leyeron mi obituario y tratan de poner las cosas como deberían ser, siguiendo el curso natural de esta vida sin sentido. Me siento solo en este salón desdibujado; por ello, apenas terminan mis clases, corro detrás de mi enamorada. La única que me puede sentir, hasta el final.

Sin embargo, con lo de hoy, presiento que ella también nota mi desvanecimiento; por eso dudo en mostrarle mi obituario. No toleraría perderla. La abrazo para aplacar un poco el frío que tiene, pero igual tiembla; estoy desapareciendo, no puedo ni abrigar a la mujer que amo. Al final del día, me despido y pienso en el que puede ser el último beso que me da mi incondicional amada, y lo siento, débil, pero lo siento.

A la mañana siguiente llego a la universidad con mi obituario en la mano y con la consigna de enseñárselo a mi dulce amante. No la encuentro por ningún lado; como siempre, es más seguro verla al final de las clases.

En la tarde-noche la veo llegar con sus amigos, riendo. No puedo impedir soltar algunas lágrimas. Me ve, me besa y puedo sentir sus labios tibios y palpitantes. Saca un periódico de su mochila (es del día de ayer) y me muestra el titular sangriento y desgarrador. No quiero leerlo, no quiero verlo. La abrazo con fuerza: “Amor –le pregunto-, ¿tienes frío?”. Ella mueve la cabeza formando una negativa insoslayable.

Días después la vida continúa. Ya mis compañeros se muestran compungidos por mi muerte. Yo los miro con cierta tristeza; pero al lado se encuentra mi acompañante perpetua. Ella está también muy melancólica, debe ser difícil dejar tantas cosas; mas, en ese instante, me coge la mano, como si tomara conciencia: estoy a su lado, por siempre. Las personas caminan por nuestro lado, temblando; la tomo de la cintura y caminamos por las húmedas veredas. “Ya no es necesario abrigarla” pienso, y sonrío.

1 comentario:

BamBa dijo...

Es bueno verte por estos lares Samith...me gusta :)***