miércoles, 2 de septiembre de 2009

De viaje por Santa María

Lee a Onetti, me dijeron hace ya uno o dos años, es parecido a Ribeyro. El tipo es uruguayo y también habla de las cuestiones urbanas-marginales. Luego de uno o dos años tuve la valentía de leer a Onetti (lo de la valentía no lo decía desde que leí Ficciones de un tal Borges), y escurrirme entre sus líneas fue de una abrumadora hermosura.
No escribió, o no he leído aún algún cuento de ese estilo, sobre la cuestión urbano marginal que me llevó a buscar como loco un ejemplar con sus cuentos (finalmente en Quilca, de esa versiones del Comercio, 10 soles, Cuentos Escogidos). Más bien me llevó hacia instancias que ningún otro cuentista lo había hecho. Leer a Onetti es incrustarse en un lugar donde lo más fantasioso puede ocurrir en una ciudad como la tuya o la mía; es más, leer a Onetti es, repito, saber sobre situaciones absurdas, que se pueden desenvolver en cualquier barrio o asentamiento, pero expresado con poesía intelectual, con verso arquitectónico y sofisticado. Lo que te sorprende de Onetti, muy a parte de sus historias, es la manera como te la cuenta: conviertete en un animal, rebusca el cuento, sumérgete hasta encontrarle el sentido. Siente lo que yo.
Fue difícil leerlo. Pero algunas frases o líneas me ayudaron a seguir, mucho más allá de la historia las ganas de saber qué continuará de aquella línea armoniosa te obliga a continuar. La muerte y la niña, una historia elaborada con el más fino sentido ocultista y hermosamente contado por varios personajes es un claro ejemplo.
Lee a Onetti, escuché hace uno a dos años atrás. Yo diría: Lee a Onetti, y de ahí vuelvelo a reeler; que será reconfortante.

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