miércoles, 24 de septiembre de 2014

Día 3

Así comenzaron mis días con Ale. Salíamos a comer frecuentemente, a beber mucho, a tirar demasiado. Una de esas noches, mientras descansábamos desnudos en un hotel metido entre calles oscuras y desalineadas, me dijo que aquella noche en el bar se había propuesto con Sonia en ligarse a alguien, pasar una noche alocada, desenfrenada y brutal, para luego desaparecer.

Pero fue al revés. Cuando ella se levantó estaba sola en la cama. Sonia y su compañero de esa noche habían desaparecido. Me dijo que estuvo a punto de llorar al sentir su soledad dentro de esas cuatro paredes. Me dijo que salió del hotel a las 8 de la mañana, tomó un taxi y cuando rebuscó en su bolso por la billetera encontró la nota.

A las 8 de la mañana de ese día yo estaba durmiendo. Logré conciliar el sueño después darle muchas vueltas a la cama. Aún tenía en mis recuerdos esa mirada que quemaba, que intentaba meterse en mi mente. De alguna forma lo logró. Cuando ya comenzaba a soñar con la pelea de libros, sonó el celular. Una voz lejana, algo familiar, apareció en el auricular.

- Hola.
- ¿Ale?
- Sí, este... encontré tu número en mi cartera y...
- No quería que te sintieras tan sola ahora. Tenía que irme... -escuché su sollozo tierno.

Le pregunté dónde estaba y a la media hora la encontré en una esquina gris de 9:48 de la mañana. Se había limpiado lo mejor que pudo los ojos llenos de rímel negro que discurrían por las lágrimas. Por primera vez pude verla bien: era menuda, de pelo largo color castaño oscuro, de contextura gruesa y tez clara, ojos pequeños y nariz gruesa. Su rostro formaba un ovalo que combinaba con sus pequeños hombros, pequeñas manos, pequeños dedos. Llevaba el pelo largo hasta los hombres y un cerquillo perfectamente dispuesto le tapaba la frente. 

La llevé a mi piso. Durmió abrazado a mí toda la tarde. 

No supo mi nombre en varias semanas. Luego me dijo que no recordaba mucho lo del bar. Que cuando Rodríguez y yo nos acercamos ya tenían varias cervezas por delante. A la tercera semana descubrió mi nombre y los encuentros fueron más frecuentes y prolongados.

Esa noche en el hotel mientras me contaba y yo recordaba esta historia, me preguntó sobre Rodríguez.

- No lo conocía mucho.

El silencio se hizo denso. Ella lo percibió. También aportó su cuota de largo silencio. Luego de varios minutos viendo el techo agrietado dijo:

- Nos estaban mirando mucho. Él me miraba mucho, tenía algo en la mirada que atraía pero era algo aterrador también.

No supe qué decir. Tras unos segundos en silencio le di la vuelta y la tomé nuevamente.

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