lunes, 22 de diciembre de 2008

Muy mala religión

La peregrinación duró medio mes. Ya me habían dicho de este Gran Dios Profesor, toda una eminencia en el curso. ¡Alabémoslo!, decían unos. ¡Rogémosle!, decían otros. El Gran Dios Profesor, maestro y ejemplo de la ciencia e investigación, descanzaba en lo más alto de atril, esperando los aplausos, los signos de admiración, los gritos desesperados de los jóvenes que le lamían los pies maltratados. Él sólo asentía con la cabeza, miraba altaneramente y daba una señal, un leve movimiento de cabeza que significaba que eras uno de los elegidos.
Ciertamente, era que habían un grupo que no creíamos en el poder espectral de tal Dios, no nos dejábamos sorprender por su pose de todopoderoso, de sus manos balanceándose como ondas marinas, de su aliento fétido, de sus palabras sapientes. Decidimos dejar de peregrinar y nos dedicamos a realizar otras actividades que llenaran mejor nuestro espíritu aventurero y anarquista.
Lo peor vendría al final. Los seguidores acérrimos, aquellos que le lavaron los pies con sus cabellos, aquellos que le lavaron la ropa, que lo peinaron, que entregaron a sus mejores vírgenes, ellos que los siguieron como excremento saliendo de sus espaldas finales, se ganaron el cielo. Sendas cifras aparecían en los alto de su frente.
Mientras tanto, los herejes, aquellos que se negaron a la verdad absoluta. Recibieron grandes números rojos en la frente, con la consigna de volver cuando el sol aparezca en el horizonte dormido. El Gran Dios Profesor reía, sus súbditos reían. Los herejes seguían contentos, pues no tenían que lamerle el culo a ese estafador.

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