domingo, 22 de noviembre de 2009

Desapareceré cuando abras los ojos

La tarde cambió demasiado con la llamada que recibió Ramón a las pocas horas de salir del trabajo. Cuatro de la tarde y él era la única mancha veloz en las calles, esquivando peatones, contando el dinero para tomar el taxi más rápido y despiadado que cruzara Amil. Sus manos temblaban y su rostro no dejaba esa triste mueca que lo acompañaría hasta esa voz final, aquella con la que nuevamente se alejaría de ella meses después. “Sufrió un accidente…, un carro…, está en coma, me pareció adecuado que debas saberlo”.

En esos meses pensó en miles de situaciones: imaginó que volvería, que la tendría de nuevo en brazos; sin respuesta de estos deseos hasta ya había logrado ignorarla tantos meses, aislarla momentáneamente de sus recuerdos, de su vida. Ahora volvía de peor manera: en un hospital, en coma. No sabía nada del estado de coma, de qué trataba ni mucho menos de su condición. Las calles parecían perderse no solo detrás de vidrio sino también a través de sus ojos perdidos en una trama que se formaba en su cabeza devastada por los acontecimientos. “Un acontecimiento…”. Hacía casi 8 meses que terminaron y Ramón había logrado lo imposible para extirparla de su vida, con pinzas, bisturí y sin nada de anestesia, que lo hizo más fuerte al momento de enfrentarse a los recuerdos que aún volaban como mariposas esperando ser cazadas en la frágil red. “Clínica El Olivar”, las minutos pasaban y no sólo su corazón explotaba por verla; su existencia volvía a desquebrajarse al imaginar aquella escena.

(continuará)

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