martes, 30 de marzo de 2010

Epílogos a un silencio.

Hoy he confiado en la extrema necesidad de escribir para descifrar algunos demonios que guardo en mi cabeza y en mis dedos, que no fluyen como deberían en los pedales de mi consciencia (que en este tiempo son las teclas). Traté de indagar en el motor que me lanza a escribir y a las miles de maneras y caminos en los cuales me desenvuelvo como pseduo escritor, escritor inicial, intento de modelo, atento contra mi esceptisimo, etc. etc. Como diría Cortázar en algún sueños húmedo: los que escribimos tenemos esa sensibilidad de la realidad que se prensenta como quiere ser. ¿Soy acaso el indicado para la mostrar la realidad que se muestra?

Sólo he llegado a la imposible solución que no. Quién soy yo para mostrar un algo que ni siquiera yo puedo ver ni sentir ni explicar ni tocar ni expresar. La realidad que tengo en los ojos es muy distinta a la que podría tener mi hermano o la mujer que vive de lo material y de la mentira que es la felicidad. Si se escribe es para dar a conocer una realidad particular, que muchas veces escapa de otras mirada y que, hermosa lógica!, complementan nuestros sentidos y formas de ver el mundo.

Ahora la pregunta: ¿Es importante dar a conocer la mirada que tanto busco encontrar y transmitir? La importancia radica en el necesidad de que miles de cabezas puedan estar de acuerdo con tu particularidad y emocionarse con ella. Mi mirada aún esta en formación... y creo que por ahí hay dos o tres que podrían entenderme.

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