jueves, 1 de abril de 2010

Para una sociología de bolsillo

Un plato de arroz chaufa aparece en la mesa y no tengo más dudas que tengo hambre. Todos y todas comen -o miran sus platos en otras mesas dentro del Chifa, ese de los tantos en el centro de Amil. Advierto que el síntoma de hambre es un movimiento que encausa un sentimiento más profundo: Dónde comemos interfiere en la manera como nos construimos -o creemos construirnos y darnos a conocer. Igual lo que pedimos o cómo lo pedimos, con quienes los pedimos. Cada actividad espontanea y cotidiana tiene muestras de lo que somos y deseamos ser.

Yo sigo mirando el plato, pero de reojo veo a los demás comer sus platos. Yo sólo tengo hambre, pero también deseo ser de esos sociólogos que se sorprenden, como los filósofos, por situaciones que un adminitrador del club nacional, un vendedor de manies y habas, o un transeunte solitario pasaría por alto. Es que la sociología de bolsillo trata de eso: encontrar algo donde no hay, aparentar ser interesantes donde no lo somos.

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