domingo, 18 de abril de 2010

La gris

Me muevo lento y lento, cada vez más sensible al tacto de tus ojos, al despeinarse de tus cabellos, a tu tiritar torpe y cuadriculado, uno dos, uno dos tres. Llego como suelen aparecer las viejas rencillas del pasado, con algo de fatiga, con cierto temor de llegadas inesperadas. Mis brazos se extienden y en el cielo prepondera el plomo que llena mis ojos de lágrimas, las suelto sin molestias; lloro al saber que soy tuyo nuevamente, que podré rozar tus formas sin inquietarme por saber si me quieres o no.

Voy cubriendo cada espacio de cielo que tenga un tono cerúleo. De noche las estrellas parecen caerse a la tierra y brillan cetrinas en las calles y cerros; las pálidas que permanecen clavadas arriba se despiden hasta la siguiente temporada. Adiós constelaciones y caminos a amores imposibles. Así el firmamento es cada vez es más tranquilo con el avanzar del plomo color que invade las mirada hacia arriba. Me molesta la analogía de cielo triste; yo sigo avanzando y los pálidos rostros van bajando, pero sus corazones siguen calientes mientras mi llegada se prolonga.

Suelto las primeras brisas de la temporada. Voy corriendo a la par para encontrarte, dándote esa calidez que solo mi soplido friolento te brinda. Sé que tiritas ante mi llegada, que buscas dónde cobijarte para darle sentido a mi trabajo, para dar a conocer mi sentido estricto de existencia. Te encuentro, con tu andar dispuesto a mis sentencias, a mis axiomas. Te abrazo, no, te envuelto en mi soplido temblequeante, en mis ganas de hacerte mía como en cada temporada; pero te abrazas a otro cuerpo que te el calor que nunca te he podido brindar. Lo buscas desesperada, para sentir el rozar de esos cuerpos en busca de calor, el latido cronometrado y centrado en un pecho pegado a pura tracción.

Y es que a eso se resume mi llegada. No soy más que sentimientos en busca de un rompecabezas en donde caber, de miradas vacías, de cuerpos entumecidos en la discordia y la reconciliación. La Gris.

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