sábado, 5 de febrero de 2011

4 de febrero

Cogió una hoja con la completa intención de mandársela apenas estuviera terminada. Decía:

Ya no puedo aguantar más con este rompecabezas que rompe mis nudillos.
Hoy te confieso que me molesta no poder hablar contigo con alguna confianza que nos absorba con cotidianidad.
Me confunde la presión que hay entre las vocales que pronunciamos, un apuro sustancioso en las palabras que nos decimos.
Odio no poder verte a los ojos al hablar, odio que no me hablas con una sonrisa pura, diáfana sincera.
Quisiera poder encontrar tu nombre en el aire y cogerlo sin que me parezca una pesadumbre para ti, una aburrimiento que no has pedido, que no mereces.
Sumergirme en la tiniebla hermosa del rimel que acompaña a tu ojos, y besarlos hasta que caigan como lágrimas.
Escribirte poniendo tu nombre como la musa que eres.
Decirte adiós sabiendo que mañana podré decirte nuevamente hola.
Coger tus manos y soltarlas sin que mires de mala gana, coger tu rostro sin que pongas cara endeble.
Poner susurros en tus oídos, jugar con tu cabello a que lo huelo.
Hacerte convencer que eres el día de mis motivos. O al revés.

Releyó una y otra vez la carta. La dobló en cuatro perfectas partes y la metió en el sobre. ...
Cuando estuvo a punto de traspasar la puerta la rompió. Y volvió a pensar en ella.

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