sábado, 19 de febrero de 2011

19 de febrero (10 para las 11 pm.)

Vuelvo a la vieja rutina del diario. De escribir cuando hay algo en la cabeza dando vueltas o palabras pegadas a los dedos queriendo hacer clack, clack, click, clack... cada tecla parece tener una nota, mientras escribo voy escuchando como las notas se juntan formando una melodía. Mientras que en mis palabras se forman frases de las que voy perdiendo el cariño, la confianza. Escribir cada día me somete a un régimen de reflexión intenso. A más escritura más me convenzo que no soy para esto. Pensar que pongo muchas comas y punto y comas, que coloco demasiado conectores, que el verbo 'haber', 'hay', 'hubo', 'habrá' infestan mis escritos, que abuso de los queísmos (mucha que). Que no termino por escribir algo que me levante como lázaro. Que sigo pensando en ella.

Al menos escribir me aleja de la banalidad de estar en el limbo. Me sumerge en un estado donde tengo que exigirme al máximo para desenpolvar mis pensamientos, concentrarme en formas bellas frases y complicadas reflexiones. Escribir me aleja de mi vida mísera, me convierte en el actor principal de una historia que muestro a todos, dentro de este juego que es el diario íntimo mostrado; pero es un protagonista derrotado por sus propios temores y amores. El diario me completa y al mismo tiempo me corrumpe, me muestra demasiado tal y como soy, me desnuda, también me refuerza; me defiende y a la vez me convierte en fácil blanco para los ataques.

Seguramente es así como debo continuar el diario. Mostrándome como quiero que me vean sin llegar a mostrar lo que quiero proyectar, sólo siendo el yo-protagonista de esta historia que no tiene algún camino definido.

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