miércoles, 9 de marzo de 2011

Misivas 2

Árbol:

Las cartas contigo han adquirido un matiz distinto, un aroma especial, una cadenciosa forma de las letras por dejarse escribir. Contigo, las hojas verdes que caen de tus brazos altos aceptan mi prosa con solemnidad; contigo, la sombra que me protege del brillo solar acapara todo mi cuerpo, mis brazos, mis pies envueltos en colores sucios. Ahora las mañanas tienen un vacío bizarro, desesperante; es bostezar hasta que el sueño vuelva nuevamente, con el cambiar del sol. En cambio las noches tienen esa particular manía de animarme, de convertirme en el noctámbulo modularon mis células: los ojos caídos, ojeras oscuras y vacías, el rostro ceñido a la inexpresión y mi silencio desesperante, que desespera siempre.

Te veo a los ojos, árbol, y me incitas a grabar mi nombre con el tuyo en tu corteza. Y aunque te muevas con elegancia, en danzante armonía, no puedo seguirte como quisiera hacerlo. Tus hojas danzan desde lo alto, moviéndose entornadas a tu sonrisa que se aparece en el momento en que mis ojos te perciben y desaparece cuando vuelves el rostro, siguiendo el movimiento a tu alrededor. Tu sombra es extraña, curvada, frondosa, infatigable.

En estos momentos que escribo esta misiva en una de tus verdes hojas mantengo la idea de convertirme en árbol, plantarme a tu lado y dejar caer mis hojas en tu hombro, en tus manos. Pero soy malo siendo árbol: mientras tu danzas de arriba a abajo, yo me quedaré plantado en alguna parte del vasto campo. Yo que me quiero quedar a tu lado y tú que te quieres quedar con el viento.

Ramón.

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