sábado, 28 de marzo de 2009

Toma 1

El espejo se había roto entre los dos, o más que un espejo era una especie de barrera, un muro que nos hacía incandescentes, mórbidos. Una separación que solo nos deshumanizaba en una serie de ceros y unos compaginados en miles de secuencias sin sentido. Por fin la conocería, y ese muro parecía caerse y convertirse en una risa chueca y falsa, o en un tema de conversación que deseaba con ansías.

Quedamos a las 7 de la noche y apenas conocíamos nuestros rostros de fotos impregnadas en la pantalla, imágenes sin foco, sin estilo, sin sentido. Thays (o creo que fue Cortázar) dijo que las fotos nunca plasmarían una situación perfecta, un rostro desvirtuado y un corazón brillante. Por eso deseaba verla, necesitaba verla aparecer por entre las personas y que me reconociera a lo lejos, que me lanzara una eterna sonrisa y dijera: "Hola Ramón, soy Elizabeth".

Y por fin caería el muro, por fin se rompería el espejo que hace de puerta paralela hacia un mundo donde tú y yo sólo somos dos almas que nadan año tras año en ese pequeño espacio llamado escepticismo. Ramón prende un cigarro y se acomoda los anteojos o parece limpiarlos. "Espero que sea tan linda como en su foto e igual de alegre como aquellas palabras que leo día tras día".

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