domingo, 29 de marzo de 2009

Toma 2: Remendado

Me contaba Elizabeth en sus continuos viajes hacia mí, que le gustaba tener demasiados amigos por la red y en la vida social. Yo no quería ser uno de sus tantos amigos, quería ser algo más y navegaba en su alma tratando de que se enamorara de mí, inventaba personajes avezados y habladores. Esperaba que a través del espejo estuviera sonriendo, esperando el momento de conocerme por fin.

Ahí estaba yo, esperando por fin en medio de la acera abarrotado de personas, esperando que ella apareciera con ese "por fin" en el rostro. Esperando que no me viera como un amigo, sino como algo más, algo difícil de transferir a través de aquel espejo que nos separaba y nos separó por mucho. Ahora iba a tener a alguien completamente diferente al que conoce en ese pequeño cuadrado frente a ella, a un solitario innato, a un melancólico aferrado a su melancolía, a un jovial y hermético joven, a un remendado.

Lo malo era eso. Yo podía dejar de ser todo eso si ella me convencía de hacerlo, pero ser remendado era algo inherente en mí, no era ni roto ni descosido, era remendado; y nunca hay alguien para un remendado. Leticia era un roto, Elizabeth tal vez sea un descosido, pero yo (un remendado) tenía todas las de perder.

Por un momento pensé en abandonar aquella terrible misión de verla y enamorarme otra vez. Pero algo me detuvo, seguro el viento frío que ya soplaba (indicio de buenos sucesos) o la eterna melodía que permanecía en mi cabeza. No lo sé.

A lo lejos, unos cabellos onduleantes aparecían sin permiso...

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