lunes, 30 de noviembre de 2009

... y te vi.

Estás tan cerca y tus ojos se inmiscuyen en los míos buscando esa graciosa mueca que pongo cuando me siento tímido y desprotegido. Lo vuelves a hacer, ahora con más agallas, abriéndolos, y la mueca se convierte en movimiento nervioso de piernas, en una mueca más terrible aún, en una sonrisa que quiere soltar algo.

Te digo lo que te tenía que decir viéndote a los ojos que estallan en mi rostro. Más que nervioso, me siento absorbido, adormilado, intentante acercarme de a pocos y meterme en tu iris y descansar en esa superficie oscura que crece a medida que me sonríes, que me hablas, que te acercas, que me pintas, que me peñizcas.

Te vas. Das una última sonrisa, una última mirada antes de abrir la puerta, de perderte bajo ese vidrio pueril. Me das la espalda para entrar y te llamo, por última vez....

y te vi.

domingo, 29 de noviembre de 2009

La banda sonora de mi vida: Cuando tenga 64



Cuando envejezca y pierda mi pelo,
dentro de muchos años.
¿Aun me mandarás una tarjeta de San Valentín,
una felicitación de cumpleaños o una botella de vino?
Si he salido hasta las tres menos cuarto
¿me cerrarás la puerta?

¿Me necesitarás, me alimentarás
cuando tenga 64 años?

Tú también serás más vieja
Y si dices la palabra, podría quedarme contigo.
Podría resultar de utilidad arreglando un fusible
cuando se te apaguen las luces.

Tú puedes hacer un sueter junto a la chimenea,
los domingos por la mañana ir a dar una vuelta.
Arreglando el jardín, quitando las hierbas
¿quién podría pedir más?

¿Me necesitarás, me alimentarás
cuando tenga 64 años?

Cada verano podemos alquilar una casa de campo en la Isla de Wight,
si no es demasiado cara.
Deberemos ahorrar.
Tus nietos sobre tus rodillas,
Vera, Chuck y Dave.

Mándame una postal, envía unas líneas con tu punto de vista.
Indica de manera precisa lo que quieres decir,
tuyo sinceramente, echándome a perder.
Dame tu respuesta, rellena un formulario, mía para siempre,
¿Me necesitarás, me alimentarás cuando tenga 64 años?

sábado, 28 de noviembre de 2009

Ante la hoja en blanco

Hoy, luego de tantos intentos por encontrar un lapicero y un tiempo que me ayude, luego de tantos desencuentros con el ocio. Hoy, luego de tantas molestias que se aparecen en los pasillos, de los gritos molestos y exánimes, de los rostros burlones y el mío compungido y avergonzado, me he decidido a escribirte.

Escribir que esto que sentí fue tanto más de lo mismo. De esa terrible imagen que es tu rostro que no podré conseguir, de que estas líneas no tocarán tu piel suave y tus curvas peligrosas, que no podré recitarte deseos absurdos y sueños empedernidos. Hoy escribo sin sornas ni tristezas, ya casi acostumbrado a los tropezones de la funesta vida, a las noticias dolorosas, a tu sonrisa a través del vidrio, de mis vidrios.

Te escribo sabiendo que esa sonrisa es la que me dice "tengo una oportunidad", que tus ojos busca los míos que son incansables de los tuyos, de tu forma de molestarme y hablar, un poquitín distinto que al resto, que por momentos parece que es igual para todos.

Hoy te escribo, recordando todo de ti por última vez, esperando que mañana seas la última letra de este escrito, el último verso del poema, el último suspiro de este cuerpo sin nada más que decir.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Desapareceré cuando abras los ojos

La tarde cambió demasiado con la llamada que recibió Ramón a las pocas horas de salir del trabajo. Cuatro de la tarde y él era la única mancha veloz en las calles, esquivando peatones, contando el dinero para tomar el taxi más rápido y despiadado que cruzara Amil. Sus manos temblaban y su rostro no dejaba esa triste mueca que lo acompañaría hasta esa voz final, aquella con la que nuevamente se alejaría de ella meses después. “Sufrió un accidente…, un carro…, está en coma, me pareció adecuado que debas saberlo”.

En esos meses pensó en miles de situaciones: imaginó que volvería, que la tendría de nuevo en brazos; sin respuesta de estos deseos hasta ya había logrado ignorarla tantos meses, aislarla momentáneamente de sus recuerdos, de su vida. Ahora volvía de peor manera: en un hospital, en coma. No sabía nada del estado de coma, de qué trataba ni mucho menos de su condición. Las calles parecían perderse no solo detrás de vidrio sino también a través de sus ojos perdidos en una trama que se formaba en su cabeza devastada por los acontecimientos. “Un acontecimiento…”. Hacía casi 8 meses que terminaron y Ramón había logrado lo imposible para extirparla de su vida, con pinzas, bisturí y sin nada de anestesia, que lo hizo más fuerte al momento de enfrentarse a los recuerdos que aún volaban como mariposas esperando ser cazadas en la frágil red. “Clínica El Olivar”, las minutos pasaban y no sólo su corazón explotaba por verla; su existencia volvía a desquebrajarse al imaginar aquella escena.

(continuará)

viernes, 20 de noviembre de 2009

Absurdos de cielo azul

Será que este cielo azul no quiere verme recoger hojas otoñales, tomar agüita de la lluvia, morir de frío o calentarme bajo la sombra de la soledad. Tal vez este cielo azul no quiere que conozca tus rincones, que tiemble con tu sonrisa, que te haga reír hasta que me peñizques un ojo, que me acomodes el pelo cuando el viento se acerca. Seguro que este cielo azul no quiere que estés a mi lado cantándome un recuerdo, compartiendo un silencio.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Hojas al aire #2

Se acomodó la casa de cuero frente al espejo iluminado por ese único foco amarillento del cuarto. Agarra la botella que golpea con fuerza en la base, esperando que caiga un poco de gel; va cayendo una materia acuosa y tranparente, un tanto nimia, que se le coloca en la cabeza desordenada por las horas y el trajín del día. Maldice al sentir parte de su cabello duro y sin brillo, casi muerto. Se echa un poco de agua para emparejar los cabellos dispersos; un poco de perfume en todo el cuello y detrás de la oreja. Se acomoda la casa de cuero frente al espejo. Está listo para salir.

12 de la noche. Cierra la puerta con fuerza; la noche está sin nubes en esos comienzos de primavera. Mientras avanza prende un cigarrillo, esperando no cruzarse con algún vecino entrometido, con una alguna vieja chismosa.  Atravieza las calles y pasajes con algo de suerte; sólo se encuentra cin el vigilante que, de rato en rato, toca el pito inquisidor e inoportuno. Lo saludó, con el paso rápido, queriendo llegar al paredero.

        

Hojas al aire #1

La cerradura no se inmuta antes mis ojos; se mantiene hermética en el silencio, en la oscuridad de esa noche que obliga a mis ojos a no querer abrirlos más. La herradura seguía cerrada y callada; sacándole cachita a mi desdicha, a mi cansancio. Sólo me quedó observar la rajadura codificada de la abertura: una línea geométrica y divina, simple al mismo tiempo, un laberinto divertido, desdibujado, grotesco y sensual.

Una línea que baja, que se quiebra a la derecha, vuelva a bajar, izquierda, derecha, baja y acaba. Sombreada con negros, oscura cueva, tal vez insondable, repleta de mecanismos complelos, artificios impensables, un rompecabezas perfecto y mitológico que confabula al universo para un solo fin.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Rarezas de cielo azul

Rostros extraños que atraviesan el muro de bochorno inmiscuido en mi tristeza primaveral. No encuentro otro alivio que los periódicos estrujados y las ventanas abiertas en todas sus fauces. A veces trato de encontrar un camino que me sirva de señuelo al olvido; otra veces, sin mucha tentativa al ocio, busco una distracción pasajera, un juego pueril o una aventura onírica que me salve de todo este olor a alegría, este bendito desenfreno indigente, famélico.

Son las rarezas de cielo azul, con sus ojos que buscan mi temor, sin persignadas a la mierda que tengo pegado en el cielo. Con sonrisas burlonas de ese ente amarillo trato con disimulo de pasar esta terrible enfermedad, de gritos en silencio y muecas agradables en bajo este cielo azul, que no me agarra como sueter de manicomio u hoguera medieval; sino que me deja libre, en mi tormento. Esperando que Mayo con sus vientos fuertes, o que solo anochezca, para olvidar por unas horas esta sensación intempestiva y rídicula.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Cuando tenga 64

Llegaré a 64 años, y aún tendré tus ojos persiguiendo mi vejez. Los recuedos estarán inscritos en mis arrugas, en mi canas y en mi voz ronca, exigüa; se quebrará al pronunciar tu nombre.

Llegaré a viejo sentado en el sofá, también de viejo cuero, recortanto tu sonrisa de algún pasaje guardado en naftalina, esa sonrisa que me crispaba los dedos, mis jóvenes ilusiones. Tus cabellos que abrigavan mi soledad; tu indiferencia que me envejecio unos 20 años más.

Llegaré a viejo muriendo de amor por ti, recordándote, inventándote, redescubriendo momentos que jamás serán válidos y que ni lo fueron. Llegaré  aviejo esperando 64 años más para que no envejezca tu recuerdo.