miércoles, 15 de octubre de 2008

13 de octubre (8:05 pm.)

Este fin de semana fue de locos. Y es que, nuevamente, lo que escribí ayer, y anteayer, lo escribí hoy.
Y es que desde esa mañan del sábado en que salí de casa, no sabía, ni siquiera me lo esparaba, terminaría bajñandome de un autobús, con Robertinho, esperando que se me vayan las ganas de vomitar. Y es que no tomé tanto, que tomé menos que otros días que la gente abundaba y la chela enflaquecía en nuestras manos. Y es que bailé como nunca, los ritmos más sensuales, y los más prohibidos y lo que antes eran réprobos, terminaron siendo deleite. Y es que dormí poco, como siempre cuando voy a tomar en lugares lejanos de mi casa, pero amigables.
Narrar los hechos que ocurrieron en aquella reunión sería caer en el sensacionalismo. Se bailó, se tomó, se conversó, se lloró, se abrazó, se besó, se ganó, se comió, de todo. Al final, en un colchón empolvado dormí un par de horas, esperando presenciar la luz para poder levantarme y regresar el camino a casa.
Ya levantados estaban Robertinho, Freddy y Sandro, que paraban de tomarnos fotos a Chino, a Jhonny y a mí, dormidos en lo más profundo del cuarto. Me levanté con sus risas. Apenás me puse de pie tomé mis cosas, me lavé y salí en busca de algún carro que me llevara hacia Chorrillos; estaba cerca a la casa de Leticia (con la que había pasado todo el día sábado) y de sólo pensar en todo el camino que me esperaba a casa me cansé. Me siguieron Robertinho y Freddy.
En el paradero, entre incoherencias y chistes de mal gusto, dejamos a Freddy esperando su carro. Robertinho se subió conmigo al leal microbús. Iba repleto y apenas nos pudimos acomodar al fondo del vehículo esperando un asiento desocupado en ese mar de parroquianos. A los minutos, entre recuerdos felices y divertidos sentí dolores estomacales, luego una sensación de incomodidad y entre las palabras incoherentes de Robetinho, las ganas de mandar todo a la mierda: quería vomitar... Le dije a Robertinho para bajarnos rápidamente del carro. Estábamos en la avenida Alfonso Ugarte.
Apenas pise tierra, como si fuera una maldición, se me pasaron mis malestares. Estaba nuevamente en pie. Robertinho se burlaba de mí mientras caminábamos lentamente hacia la avenida Wilson. Comimos algo y cada uno a su carro, nuevamente a casa.
Al llegar, no sentí ganas de dormir. Preparé el desayuno, me tendí en la cama y, como si la maldición cosa que viene y va, un dolor de cabeza, tremendo, agudo, me llegó como castigo de dioses... Ya no pude ni sostener un poco de aire en mis manos, permanecí impasible por todo el día.
Y hoy, luego de clases, recién puedo escribirles algo de lo mucho que me pasó esos días terribles. Lo extraño que la vuelta a la cotidianidad siempre es más jodido que una simple resaca.

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