miércoles, 16 de junio de 2010

De esos días que necesitas que acaben.

La pistola me apuntó en la fría noche.

Lo sé en el momento en que la voz grita un ¡quieto! desde el fondo callejón, envuelto en fría noche y apacible niebla. Me detengo un momento. A pesar de que mi respiración es rápida y mis latidos golpean mi pecho conpungido por mi soledad innata, no tengo miedo. Lamentablemente para el ladrón, hoy es de esos días que necesitas que se acaben rápido... Pero es algo más lo que se insmiscuye en el silencio sepulcral de mi tormento: Hoy, como nunca lo deseé, quiero morir.

Reanudo la marcha y mis pisadas son lentas, duras, cansinas, como la disposición de mi elección. Los ¡quieto! suenan más fuertes, pero se pierden en la soledad que me embarga, que me controla desde hace unas horas, cuando te vi partir, de esa forma que nunca imaginé verte. Las amenazas se diluyen en la gris y apacible noche, que me convierte en parte de su negrura, que busca estamparme en la sombre que invade las calles, las paredes, mis ojos llenos de lágrimas.

Las amenzas, y hoy es de esos días que necesitas que acaben rápido...

...

y acaban.

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