miércoles, 23 de junio de 2010

Diadema

Poner en cuestión los sentimientos siempre obliga a ponerse la mano al pecho. Incrustarla bien en el pecho y tocar el corazón, con aorta, con venas, bañado en líquido vital. Es que uno no puede ser ajeno a los sentimientos y, mucho menos, a las consecuencias que trae consigo su posible gloria o sus terrible final. Por estos días yo actuo sobre estas dos definiciones: una que me somete al exilio y otra que me seduce a la alegoría general.

No es una cuestión extraña sentir ambas sensaciones instantáneamente. No se encuentra en la doxa que por lado quieras enfrentarse a la pequeña y ensortijada mirada triste y pequeña, y por el contrario alejarte, expoliarte, caudarte, largarte de las curvas y miradas que te han traído pena. Es más, muchos de estos sentimientos se funden en uno mayor: desquicio total de los sentimientos. Pero dejemos las patologías por unas cuantas líneas.

Y en uno de esos caminos estás tú, pequeña de ojos caídos, en el magma donde los sentimientos se funden con las palabras, con las intenciones y las sinrazones; con los detellos a medio cielo, con los deseos en pleno desierto, con las incongruencias que tu solo nombre afecta mi integridad.

Y en el otro caso estás tú, curvas afiebradas en cauchos, que me hace surmergirme en las teorías y en las tentativas. Eso de pensar con los sentimientos y sentir con la razón. Ese camino donde ya sentir está cuadriculado y pensar está perdido.

Me quedo con el primer camino.... acaso el menos complicado y el más doloroso.

No hay comentarios: