miércoles, 2 de junio de 2010

4:00 de la tarde de ayer

La vió sentada entre los pasillos que se carcomen entre sí. Necesito verla uno segundos para decidir acercarse. Le tomó otros segundos más, detenerse, y continuar, para planear lo que le diría a penas la tuviera al frente. Su corazón quería salirse del cuadro con un solo latido y llevarse lo que sentía de un jalón. Supo que era su momento. Sudaba, en pleno invierno. Temblaba, más por temor que por frío. Reconoció por un instante que ella no se movía, que no se inmutaba ante lo que pudiera ocurrir a su alrededor.

Las piernas de ellas estaban cuadriculadamente dispuestas sobre el piso. Su espalda, quebrada y tibia, descansaba sobre la pared despellejada. Sus cabellos ensortijados y tensos disipaban el aire, contraída el ambiente, apretaba las sienes. Él se dejó estar. Sólo dos pasos más, sólo uno más. Ella que levanta la mirada...

y silencio.

De esas miradas que duran vidas enteras, que no necesitan palabras para decir lo que está metido en el corazón, en la aorta, en la vena más pequeña...

y se dio la vuelta.

No hay comentarios: