jueves, 8 de septiembre de 2011

El inicio con la voz rasposa del gato llamado Theodoro.

El gato era feo. Todas las novelas parecen estar condenadas a tener en su argumento un gato que es del agrado del personaje principal; o del agrado del escritor, quien siempre menciona las cualidades perfectas del gato que entra a escena y que no necesariamente es del agrado del personaje principal.

En este caso el gato que se acercó a mi ventana era feo.

Era una gato rechoncho, de pelos esparcidos casi a propósito por él mismo. Emulaba a una bola de nieve, aunque su pelaje era de un color plomizo con entonaciones negras. Por un momento me vi al espejo al ver al gato feo. La única diferencia sustancial eran los ojos: sus ojos cetrinos eran gigantes; mis marronescos ojos, pequeños.

Y bueno, él era un gato y yo un ser grande de lentes sentado bajo la luz tenua de la luna, intentando escribir una novela.

Me pareció un buen augurio para darle inicio a mi proyecto. Un gato feo, lejos de la estética gatunezca de escritores conmovidos por el género felino me ofrecía una luz de innovación frente a obras similares. Todo iba en un transitar feliz hasta que el gato me habló.

- ¿Ya sabes de lo que vas a escribir?

Una voz rasposa, como su lengua, tal vez producida por la maraña de pelos que se aloja en su garganta; tal vez las noches de insomnio y pestilente lucha por sobrevivir. Esa voz que nunca había imaginado en la realidad, solo reproducida en series de bajo presupuesto, en películas fantásticas y novelas impresas en grandes editoras estaba ahí, proveniente desde mi ventana mal cuadrada. El gato me hablaba y pensé, carajo, un cliché más que debo de evitar.

- Aún no lo sé -le dije sin mirarlo, con desdeño. Esperé a que se vaya ante mi indiferencia.

- Mi nombre es Theodoro W. Adorno. Quizás pueda ayudarte a escribir esta novela. Es por ese motivo que aparecí en esta ventana, esta noche, en este frío.

No tenía pinta de llamarse Theodoro W. Adorno, ni Jorge Luis Borges ni Levi Strauss ni Keith Roger Barret... Tenía toda la cara de llamarse Ramón.

- La única forma en la puedes ayudarme en mi novela es dejando de hablar...

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