sábado, 10 de septiembre de 2011

La suerte del gato y chau.

Escuchaba Sonic Youth cuando el gato feo se fue. No fue el mejor recibimiento ni la mejor forma de despedirlo, pero su alegato contra la literatura base y su constancia para lograr la innovación me llenó de aburrimiento. Habló sin parar, no respiraba, no se permitía una pausa, sólo tocaba con sus patas los bigotes que interferían con su parloteo insaciable. Por momentos daba un suspiro, se peinaba con su lengua áspera, momentos en los que lo miraba detenidamente... ¿realmente estaba ahí para ayudarme? Lo único que hacía era exasperarme con su voz sabihonda y sus aires de orgulloso personaje de novela.

- Tienes suerte de toparte con un gato que habla. Estoy seguro que si apareciera un gato negro le echarías la culpa de tu fracaso novelesco. El destino ha querido que tu ventana sea la más idónea para echarme una siesta; ya depende de ti que me alimentes adecuadamente, me brindes un ambiente cálido de convivencia y tengas temas interesantes de conversación para mantenerme aquí, apoyándote en lo que seguramente será un gran producto. Claro, no todos los escritores tienen a la mano un gato que habla... ¿o sí?

Tenía suerte el gato de que yo no me encontrara de mal humor. Ya sonaba en el parlante Medium de Cerati y no tenía más que la introducción en de la novela que me prometí escribir. Dejando mi mutismo hermético me aventuré a preguntarle algo.

- Theodoro... ¿Quién te ha mandado?

El gato sonrió. Nunca había pensado encontrar un gato que tuviera tantas características humanas, sentía que había sido forjado con una esencia distinta a lo de los demás gatos. Esa sonrisa, esa mirada, su forma de hablar, ese gato estaba perdido, era uno más de nosotros.

- Chico, para saber eso tendrás que hacer muchos méritos.

Desde ese día y por pura curiosidad, el gato feo y hablador se quedo en casa. Pero en ese momento, repentinamente, se fue.

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