domingo, 18 de septiembre de 2011

Intentos, creación, regresos y elemento aire.

Tenía la hoja en blanco frente a mí, pura, sacrosanta, dispuesta a ser ultrajada, violada, cercenada y desgarrada por tanta palabra mal dicha, tan mal utilizada. Estaban mis dedos moviéndose con inquietud, deseando poder soltar las frases que se inmortalizarán en el espacio, en el vacío cálido e indescifrable de la nada. Estaba mi alma presta a desnudarse y dejar en claro que mis sentimientos serán procesados en grafías, decodificadas y puestas a la venta. Mi mente se encontraba con la puerta abierta para dejar a los demonios a su libre albedrío y comenzar a forjar las ficciones que se prestan solo para novelas o cautivar mujeres en la oscuridad y el alcohol.

Sin embargo, como una pesada piedra que se ha colocado con la peor de las intenciones, una fuerza sobrenatural que trata de impedir el proceso creativo, esa última aseveración del gato bloquea cualquier intento por generar una idea. Aún recuerdo su ojos remarcados por la luz tenue de mi habitación, sus bigotes cayendo al compas de su mandíbula que pronuncia una simple frase que destruyen mis nervios, que no dejan de dar vuelta el circuito de mi imaginación:

¿Quién te ha mandado?

Chico, para saber eso tienes que hacer muchos méritos.

Intuí algo desde que lo vi, ese gato sabe algo, sabe más de lo que pregona. Tal vez esa inconciente intuición fue la que me obligó a hacerle ese pregunta, muy elaborada, pero que en su momento no tenía ninguna intención. ¿Quién te ha mandado?, ¿quién podría mandarme a un gato parlante a joderme la vida? Comenzaba a proponerme situaciones y posibilidades alrededor de ese gato. Mientras que él aún no aparecía, no se dejaba ver al lado de la ventana, con su cigarro mentolado (para refrescar la garganta); había desaparecido.

El trajín de los días me obligó olvidarme del gato feo. Ni siquiera recordaba su nombre, que lo había dicho un sola vez, dejándolo al margen terrible del olvido. Lo olvidé.

Pues el destino juega siempre al margen de nuestra memoria. Una característica especial de las situaciones y momentos que, una vez olvidados, vuelven siempre a la línea de tiempo por el cual rondamos. Pues el gato feo llamado Theodoro W. Adorno (volvió con la misma presentación de la primera vez que lo vi), apareció en mi ventana con una noticia impregnada en incertidumbre y envuelta con una pizca de curiosidad:

 - Señor Ramón Sach. En mi ausencia le he preparado una cita con una joven que será de su agrado. No tiene nada de que preocuparse; ella es del elemento aire.

Y yo no tuve que decir más.

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