Luciana era su nombre. Pequeña, flaquita, cabellos como garabatos, ojos grandes bien delineados, de perfil aguileño, labios moldeados con delicadeza terminando en finamente en al consecución de una sonrisa a medio dar, mal hecha, casí por obligación.
Me gustó, no lo voy a negar a estas alturas. Pero en ese momento su sonrisa mal fingida y su falta de interés me obligaban a pensar, idea que acerté, que traída con engaños a esta reunión. Theodoro miraba atentamente la escena: yo la miraba atentamente con mi sonrisa de bienvenida, esa que pego con esfuerzo en mi cara cualquiera que sea la situación. Me quedé pegado a su rostro, a su cabello indefinible a sus ojos que me esforzaba para mantener los míos pegados a los de ella. Ella miraba todo menos a mí, lo que fortaleció la idea de sus forzosa presencia en esa reunión; no sabía que hacer con las manos y bajaba la mirada cada tantos segundos para mirar al gato feo, esperando que diga algo, que le dé instrucciones sobre qué hacer o cuáles eran los objetivos de aquel encuentro.
Fui yo quien habló.
- Mi nombre es Ramón, tengo 24 años, soy sagitario...
- Mi nombre es Luciana -me cortó como si voz fuera una navaja-. No sé qué hago acá -su falta de tino destruyó mi sonrisa pegada con delicadeza-, el señor Adorno creo que tiene algún plan para nosotros-. Y lo volvió a mirar.
Me reí, con entusiamo, por la situación, por las malas ganas de Luciana, por haber escuchado 'Sr. Adorno', por los aires refinados que había adquirido el gato feo.
- Señor Adorno -contenía la risa- dígame de una vez qué hacemos acá.
- Muy fácil señor Sach. La señorita Valencia es elemento aire.
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