martes, 13 de enero de 2009

Cuarto día en Cajamarca

El cuarto y último día era el más deseado en estos días fuera de mi hábitat. Ya no soportaba la cama, ya no soportaba la falta de aire, el cansancio instantáneo, ya no soportaba la frialdad con la que se trataban mis padres y la hipócrita vida de familia feliz que llevábamos aya. A las 6:40 pm. estaría cómodamente echado en mi bus cama regresando a Lima, a disfrutar de nuevo de su aire pestilente.

El día pasó rápido. En la mañana fuimos a comprar el bolso que le regalaría a Leticia. A mi mamá le gustó, a mí también; lo compré emocionado, esperando que le guste y que me retribuya con hartos cariños a mi llegada a la capital. Culminamos el paseo por Santa Apolonia y llegamos hasta la Silla de Inca con varios exhaladas y respiraciones constantes. El tiempo pasaba volando y mi viejo nos llamó para ir a almorzar. Nuevamente los almuerzos ya conocidos, esta vez una gran reunión con todos los oficiales de la ciudad de Cajamarca en un restaurant-hacienda.

Ese día llovió, mucho, demasiado, como nunca había visto llover en mi vida, y con esa imagen me quedo de todo el viaje, de todos los lugares que recorrí. Me quedo con el sonido de la lluvia en el techo de calaminas, mis zapatos mojados, el olor a tierra mojada. No necesité nada más. Cuando desperté estaba en el transporte inter provincial; mi padre se despedía desde abajo. Mi madre, con la mirada perdida, trataba de no mirar hacia afuera. A penas dejamos la estación la miré y le dije: ya estamos yendo a casa y le hice cosquillas hasta que se le secaran los ojos vidriosos.

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