sábado, 10 de enero de 2009

Tercer día en Cajamarca

Este fue el día más productivo de mi visita. Las esposas de los hombres de la ley de Cajamarca no jalaron a mi madre y a mí a un mini-turismo por el centro de Cajamarca y algunos lugares un poco lejanos a él. El primer lugar donde nos dirigimos fue las ventanas de Otuzco.
Las ventanas no son más que una serie de nichos para los incas. Unos pequeños del lugar, por unas cuantas monedas, nos daban información del lugar (conocía la cochinilla y su propiedad de hacer brillantes los labios de las mujeres), cantaban alguna alegres canciones y departían con nosotros. El lugar empinado, me hizo sentir por primera vez lo difícil que es esforzarse en la altura. Cada paso que daba me cansaba terriblemente, como si hubiera jugado mil partidos de fútbol. Aquí adquirí unos fósiles de caracol que me serviría para hacerle una cruel broma a Leticia.
El segundo lugar fue más bien un bonus en nuestro recorrido: Un puente colgante sobre un río. No se imaginen una altura considerable entre el puente y el río, a penas unos 2 metro y nada más. Lo divertido era pasarlo mientras movías el puente con todas tus fuerzas lo que hacía difícil el recorrido. Las personas caminaban por él con temor, moviéndose graciosos, rezando para llegar al otro extremo.
El último lugar fue Santa Apolonia, una subida que tiene un mirador y donde toda la ciudad se ve en toda plenitud. Más arriba, no lo sabría hasta el día siguiente, se encontraba la silla del Inca, lugar que lo describiré con mayor detenimiento en el relato del cuarto y último día. Fue en este lugar donde vi la cartera que le llevaría a Leticia. En medio de la subida (mi corazón iba a mil y mi respiración a diez mil) una llamada detuvo el ascenso: el almuerzo. Nuevamente el restaurante de lujo con el coronel, comandante, general, vecino, esposa, hijo y quien se encuentre cerca a nosotros (todos conocían a los anfitriones).
Luego la ya conocida TV, aburrimiento, llamadas, conversaciones y molesto sueño.

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