jueves, 1 de enero de 2009

Narrando el camino a un viaje (30 de diciembre)

"Este ya no es mi cielo", fue la manera con la que quise empezar mi historia, una que es quizá demasiada difícil de explicar. Trate de imaginarme, mientras viajaba, la manera de expresar literariamente un viaje en ómnibus, pegado al lado de la vena derecha. Tal vez una serie de fotografías al azar, lanzadas por una indiscriminada cámara fotográfica endemoniada, o una inacabada pieza de cine clásico, de esos independientes que tienen muchas fans. Pero no. No quise darle ese valor, muy técnico quizás, o demasiado sombrío. Quise hacerlo menos humano, más romántico, más sensible, mucho más de lo que sentía esa vez.
"Esto es mucho más que mi cielo, ya no es gris, azul, anaranjado, a veces algo seco. Este cielo es morado, un morado sideral, un color universo, más cercano a lo interminable. De día, el cielo es celeste, o es celeste o es celeste, no hay otro color. De noche, morado, un azul escuro, terrible. Del que se espera una estrella más brillante que otra".
Así comenzó mi viaje. Luego la calle interminable, las luces en ese cielo apagado. Las respiraciones a mi alrededor y todos mis sentidos a lo que pasara detrás de la ventana: pueblos, ganado, sierra, cultivo, descensos, abras, verde, temor, sol.
Y esperando que no me dé el so-roche, que a diferencia del soroche, este es más vergonzoso y les da más a los limeños, pero no pasó, un ligero dolor de cabeza entre montañas y caminos zigzageantes y me encontré en un ciudad guardada bajo siete llaves: Cajamarca.

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