viernes, 10 de diciembre de 2010

10 de diciembre

Cada vez es más extraño viajar en el Metropolitano. Sus nuevos modos de llevarnos de viaje excitan, pero a la vez inhiben, reprimen viejos hábitos de viaje; vivezas ocultas a la fuerza y moralidad que nos llevan al borde de la ingenuidad. Hasta que aprendamos tendremos que dejar de ser o menos vivos o más ingenuos.

Todo a partir de un asiento rojo y sus miles de denotaciones impuestas a puro trajín de megafonazos al oído. Asiento rojo, prohibido, inaccesible, no permitido por el común de los mortales. Si al rojo le acompañamos el 'Reservado', el asiento queda conferido a un consecución legendaria, un puesto deseable solo posible en un tiempo remoto o en una nueva vida. En cualquiera de los casos, ese asiento rojo se ha convertido en una suerte de objeto alejado e imposible, casi sacro.

Pero eso es lo que nos han querido creer.

Y es que en algunos casos los asientos rojos deslizan sus cualidades con sorna, mientras una decena de individuos contemplan con decidida inquietud el espacio vacío que se les confiere. Observan de reojo a su alrededor la presencia de algún vetusto colega o una panzona promiscua que apropio como suyo el rojo asiento. Nada. Solamente tantos como yo, esperando que alguien dé el primer paso y reducir las normas a simples códigos que merecen ser despreciados.

Por otro lado, estar dispuesto en los asientos comunes nos brinda esa terca disposición a no movernos de ahí, a entregar las moralidades a quienes ocupan los asientos rojos 'reservados' para la ocasión. Que sean los rojos que se ocupen de los viejitos, de las panzonas, para eso están. Y se sienten orgullosos de respetar su espacio, el color ortodoxo que los libera de las presiones éticas.

Sin embargo no faltan los oportunistas que rompen las reglas y se sientan en los rojos -no habiendo ningún reservista, claro está- y los que se paran al ver a un reservista cerca - no teniendo la obligación de hacerlo, dad la cualidad del asiento común que los contiene.

En cualquiera de los dos casos se da esa manía tan nuestra de disuadir lo establecido, de disipar lo de común acuerdo. Trangredir nos hace el viaje tan apacible...

1 comentario:

Robert dijo...

lo malo es la carencia de realismo en el metropolitano, no parece lima, le faltan los niños con caramelos, las madres de 50 hijos y los que acaban de salir libres y quieren todos los dias volver a su tierra y por eso no han traido para vender nada esta vez, solo kieren juntar su pasaje para irse a una ciudad muy diferente a esta