miércoles, 15 de diciembre de 2010

15 de diciembre

15 del mes, 12 en punto (ó 00 horas según las veinticuatro horas); he comenzado a escribir en el inicio del día cuando tenía pensado escribir lo de ayer (hace apenas unos minutos, unas cuantas horas). Hablar de lo de ayer me parece ahora tan insignificante, todo ha sido nublado por el cambio de día, ese pasar de un momento a otro, tan significativo, tan importante, pero sobre el cual solo está adscrito un segundo, un suspiro, una bocanada que se disuelve en el aire, que me sigue mostrando los contornos de mi habitación.

De lo de ayer vale decir que la soledad se expande, que ciega pausadamente, despliega cansinamente, aturde el entendimiento, abre la lata de sardina, clava el cuchillo, endurece en estomago, haciéndolo crujir, destruye las muecas, confecciona lágrimas, esgrime miedos y afila momentos. La soledad, en una grado de completa composición de mi figura, me ha invadido.

Y el cigarrillo es la marca característica de este momento. Se completa a mi mano como el instrumento indispensable para llevar acabo el ritual. Es el cigarrillo quien define las diferente variantes de la soledad. Ayer prendí uno a media tarde, otro a media noche; son momentos de extrema reflexión, pero también de constante apreciación de uno mismo.

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