jueves, 16 de diciembre de 2010

16 de diciembre

Ayer soñé con L. Como su constitución así la mantiene, la soñé en los brazos de otro, caminando por mi lado sin aspavientos, sin motivos para buscar un indicio que muestre interés sobre mi presencia onírica. Las calles, los salones y pasillos, se presentan acaso como el mapa de nuestro olvido, en el croquis de nuestra perdición; son esos alrededores que, laberinticamente, más que desencontrarnos nos encuentran, siempre en actitud dispersa, continuamente bajo el manto de una mirada ajena.

El sueño no fue demasiado interesante. Fue el simple trajín de mis inquietudes, un marasmo, una vieja rencilla, que vuelve a resugir. Los mismo que su rostro, que parecía perdido en rincones encadenados y baúles con naftalina. Recordé con nostalgia el viejo pretexto de la llamada por un sueño. No sería yo quien la haga; aunque ganas no me faltaron, lo mío se mantiene más en un ámbito más represivo que de oportunidades latentes.
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Estoy en busca de nueva musa y P. se presenta como la ideal. Linda sonrisa, mirada profunda, movimientos precisos para condenar mi atención. Se lo pregunté con sorna y me respondió con naturalidad, intentando un atisbo de juego o buscando comprometer mi seriedad por la causa. No protesto, me gusta esa musa.

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