viernes, 3 de diciembre de 2010

3 de diciembre

Es una tarde gris de verano en ciernes. 3 de diciembre da la impresión de que estuvieramos por la mitad del año, con la diferencia de que ahora no llevo puesto alguna chompa y que estoy enfundado en un par de sandalias que muestran mis pies sin medias. El cielo no hace más que hacerme recordar lo que J. y yo aplacamos en una de esas conversaciones nimias, incomprendidas, sujetas a confusiones -por mi parte, claro-, incandescentes decepciones y diminituos reproches que la soledad -recordando un poco la conversación con J.- disipará.

Es que muchas veces, sin quererlo, casi sin pensarlo e imaginarlo, podemos entrar en ese punto donde las reflexiones, nuestra filosofía de la existencia individual, coincide y se reune para debatir e intercambiar referencias sobre un tópico que nos da la esperanza de comprendernos mutuamente.

Lo que me queda claro es que en este mundo existen dos tipos de sujetos: aquellos que tienen mayor compenetración con la soledad y otrxs que se muestran reticentes y buscan compañía -de las diversas formas que se interpretan desde la subjetividad. Esa pequeña conversación con J. me hizo pensar sobre lo niveles en los que la soledad puede ser importante en nuestra vida en sus diversas grados. Todo a partir de una frase: "Mejor estamos solos; o mejor dicho, mejor estamos en soledad. Suena más bonito".

No solo suena más bonito, sino que especifica mejor la filosofía de nuestra convivencia: No estamos solos, estamos en soledad... y a la soledad hay que tratarla con respeto, pues nos hace sobrevivir.

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