sábado, 6 de septiembre de 2008

5 de setiembre (10:30 pm.)

Hoy el viento que recorría mi cuerpo tenía un sabor diferente, un peso distinto, entraba más rápido por mis orificios nasales y entraban en mis pulmones con frialdad. Prendí un cigarro y no eran ni las 9 de la mañana en la universidad. Mis compañeros no llegeban y yo sólo me dejaba mojar por la sobria garúa que se esparcía por Lima. La mochila habitual, un poco más de dinero en los bolsillos, unas cuantas providencias (algunos panes que calmen el hambre que profeticé) eran los elementos que me acompañarían en este viaje. Este día lo sentía amalgamarse en mi tiempo.
Con el fenecer de mi cigarrillo fueron apareciendo uno por uno mis compañeros de viaje, mis compañeros de clases en sociología. El motivo del viaje (más por trabajo quepor placer) ocasionaba que mis compañeros mostrar sus rostros más compungidos, agrios y amodorrados. Estando los cinco reunidos en la puerta de la universidad iniciamos el viaje entre espectativas y buenos augurios. Partimos hacia Montenegro.
La avenida (o calle..., creo que más parecía un jirón), se encontraba en la av. Abancay, una cuadra antes de llegar a la av. Grau. Buses a montón, sin contar decenas de vendedores ambulates, cientos de jaladores vocinglerantes y grandes cantidades de basura regadas por las veredas, lo que le daba el toque limeño que caracteriza a toda nuestra ciudad. Sin tratar de regatear subimos al bus más elegante, limpio y modernizado que encontramos. Fue el primer bus en salir, eran las 11 de la mañana.
Aquí acaba la introducción perfecta de cuento urbano, de narración optimista de estudiante universitario. Me senté al lado de la ventana y a mi lado el Chino, más atrás Jhonny con Eden a su lado, y sólo el pequeño Roberto (el más joven de los 5). Entre risas de jóvenes e inexpertos viajeros disfrutábamos de a pocos el paisaje, primero el conocido conglomerado de edificios, personas, hasta convertirse en anchas áreas de cultivo, playas inóspitas y solitarias. A medida que avanzabamos por los kilómetros de la Panamericana Sur, nuestros ánimos iban mermando: Eden dormía, Roberto leía, Chino estaba echado mirando una película (de esas mierdas que pasan en canal 5), y Jhonny y yo mirando el paisaje que se iba creando al avanzar del bus.
A los minutos Chino se levanta asustando a cada uno de nosotros.
-Ya llegamos.
-¿A dónde? -dije yo un poco desconcertado- Estamos recién en el kilómetro 85.
-Tenemos que bajar en Mala para llegar a Coayllo -respondió Chino con la seguridad que lo caracteriza-.
Jhonny se mostraba escéptico ante esta decisión, pero Chino nos había comentado de viajes que había realizado por esta zona, a Chilca para ser más específicos, y estábamos confiando en sus viajes. ¡Chilca! Y todos bajamos en fila india, esperando llegar a Coayllo de una vez y hacer nuestro trabajo. Al bajar el nos percatamos que nos encontrábamos en medio de la nada.

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