jueves, 27 de agosto de 2009

Búsqueda

Mis pasos iban siendo absorbidos por el silencio. Me detuve, impávido, etéreo en aquella calle eterna y disuasiva. Cuánto, digo sin moverme, todavía mirando hacia el horizonte, sin darle la cara a mi interlocutor. 50 soles, me responde la voz sucia y seductora, acallada por el viento que manotea nuestros cuerpos. La miro y ella comienza la marcha, que la siento fúnebre o inconexa con el ambiente; la veo andar adelante mío con una danza erótica, con ese contorneo exhausto y maléfico, tenebroso. La quinta aparece ante mí; varias puertas me hacen recordar un sueño perdido, lanzado al tacho. Abre una puerta con un crujir olvidado que nos da la bienvenida; unas luces bajas nos acompañan en el silencio, en los tacos acercarse a la cama, en el suspiro eterno de aquella mujer. Cierro la puerta y ella ya está desnuda, esperándome en el lecho sexual, las piernas botadas a lo largo, las manos jugando con la almohada. Me desnudo, me hecho a su lado, ella se sorprende, la miro a los ojos, le suplico, abro la boca con temor, le toco las manos.

- Ámame...

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