viernes, 7 de agosto de 2009

Imposible

Pero imposible dejar en paz a Luisito H., que sostiene su taza de café con leche mientras jugamos a piedra, papel o tijeras. Mi café bien cargado está aún caliente, así que espero a que se enfrié mientras mi mano muestra una piedra; Luis esconde la mano-papel y, piconazo como es, saca del fondo del bolsillo de su bata blanca de médico un plumón y comienza con su letárgico arte de escribir. Aprovecho para tomar el café, ya frío de tanto jugar.

Esta vez regala el escrito al mozo, mientras le decía "caliente el café de mi amigo por favor". Siempre los rostros se mostraban pasmados al recibir los poemas en colores brillantes de Luis y él siempre miraba mi rostro taciturno y reía y volvíamos a jugar, mientras le contaba sobre gatos, tierra, defecaciones y su él. No le gustó la relación, pero le dije "descuida, que sólo cité un poema". Sonrió como diciendo un "más te vale".

Si le contara que profané uno de sus escritos saca el estetoscopio y me lo lanza en la cabeza, para después jugar a revivirme, como siempre.

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