Llama la inquietud ciertos sentimientos de sosobra, de aburrimientos, de tristeza quizás, esos momentos en los que te tengo lejos, en los que tu sonrisa y tu mirada se encuentran a metros de donde yo pueda apreciarlo con una sonrisa igual de alegra o una mirada aún más inquisitiva. Son de esos momentos cuando de lejos te veo mejor que nunca, pero te ausentan con dolor inyectados en mis cabellos.
Un bostezo y vuelvo la mirada, el dolor punzante aparece en mi ojos, convirtiéndome en piedra, para no volver la mirada jamás. Pero debo mantenerlos fijos en el libro, fijos en mi cuaderno con apuntes cientificistas que nos obligamos a construir y proyectar. Letras y sentencias firmadas en papel que justifican mi pena, tu distancia.
Al final te veo ir con el cabello que no se debe amarrar, que debe quedar así. Con los ojos que me dan una despedida algo exagerada, pero que deben despedirse así. Con la sonrisa que sonríe y que otra punzada me da en la costilla derecha, pero que siempre debe punzar. Con el chau directo a mí, que me alegra con encandilada pasión, pero que siempre está embadurnada de tu adiós.
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